domingo, 23 de agosto de 2015

CONSPIRACIÓN EN SANTA BÁRBARA CENTRAL

Hay una conspiración en marcha en Santa Bárbara Central. Me dí cuenta hace unos días. Voy a ir rescatando fragmentos de mi diario privado para ver si descubro alguna pista que me ayude a esclarecer los hechos.

16-08-2015

He conocido a Andrés Caycedo. Es un guitarrista excepcional al que le gustan algunas canciones mías. Hemos quedado en ensayar todos los días de diez a doce de la mañana, para no molestar al resto de inquilinos de esta extraña mansión victoriana.  Su novia se llama Lina y es un sol, amable y tranquila. 


Pero los demás...Hay unos cuantos y a cada cual más rarito. 


Está el francés, Antuan,  poco hablador, de pelo largo y ondulado, como un playboy setentero. Vive en una habitación exageradamente ordenada con jardín interior. Al pie de la cama ha hecho una estructura de cajas de cartón que cubre con una manta para que no veamos lo que hay debajo. Esfuerzo inútil, cada vez que paso por su puerta entreabierta me demoro más de lo necesario para echar un vistazo. No hay que fiarse de los franceses. Inventaron el perfume. ¿Que habrá dentro de esas cajas? No sé si quiero averiguarlo. 

El economista, colombiano, con voz de gigante al que le acaba de tocar el euromillón, joven, guapo y fuerte. Siempre yendo y viniendo con su bici. Es vecino nuestro, pared con pared, baño con baño, y podemos oírle muchas veces a las cinco de la mañana, cantando en la maldita ducha. Abre las puertas y entra en las diferentes estancias de la casa como si fuera un tornado epiléptico.

Está la venezolana, morena, cara regordeta, siempre viendo debates en la tele mal sintonizada de la cocina. Quizá se salva en cuanto a rarezas, se le ve más normalita. Aunque la casa le está cambiando y creo que pronto estará alineada con las oscuras fuerzas que la habitan. La otra vez la vi mirando de soslayo como hacía yo una tortilla, expectante, espiando a ver si recogía las migas. 

El mexicano. Este hombre va a conseguir que me de un infarto. Cada vez que me saluda una alegre y supervital energía de 80.000w de potencia sale de su garganta dejándome  desconcertado como a un gorrión al que le hubieran pitado una bocina del fútbol en el oído. Su voz es una fiesta de motosierras muy bien afinadas. Tiene una hija pequeña con mochila Disney incluída. ¿Que hay detrás de tanta demoledora energía vital? 

Luego está la pareja mayor colombiana, afables, simpáticos, conversadores y para nada molestos. ¿Qué estarán escondiendo? El hombre tiene una especie de brillante calvicie que no le impide que mechones independientes le nazcan a la altura de las orejas por toda la parte de atrás de la cabeza. Tiene un rostro que me recuerda a Anthony Hopkins. Mirada azul profunda... y un poco inquietante. El otro día me pidió un poco de leche y casi le doy la leche, un pollo, un helado Haagen Dazs y diez mil pesos que tenía en el bolsillo.

A su mujer la he visto en la cocina vistiendo un camisón blanco último modelo (en el XIX) y peinándose una larga melena castaña recogida en una gran coleta. Siempre sonriendo, siempre movíéndose despacio. Inquietante y tranquilizadora a partes iguales, creo que varía según el ángulo desde el que la mires. 

Está el hijo de la casera, calvo, regordete y con la actitud de los habitantes de la nave de Wall-e. Sólo le falta una silla voladora. Mamá tráeme esto, mamá tráeme lo otro. ¡Mamaaaaa! Tiene unos treinta años, afición por la electrónica a volúmenes dantescos y una novia con la que hace tan buena pareja como la mayonesa con la arena de playa. Es pequeña, rubia, guapa y habla como una ardilla hasta las orejas de speed: un poco raro. 

Y nuestra archienemiga. La casera. Una sombra siempre presente en cualquier rincón de la casa. Siempre está ahí, aunque se haya ido a trabajar.  Creo que tiene el don de la ubicuidad. Si salgo a la calle y me giro, siempre la veo detrás de una cortina que vuelve a su sitio en el último momento. A veces no me doy cuenta de que está en la mesa de la cocina hasta que vuelvo a cerrar la puerta de la nevera y la veo. Otras, oigo sus pasos en la tarima de madera del piso de arriba, haciéndola crujir, despacio, aquí y allá, como si en realidad no fuera a ninguna parte. Yo creo que echa papas y luego las pisa para ponerme de los nervios.


Estos son los inquilinos en la mansión Santa Bárbara Central. Ha habido una conspiración y un asesinato: mi guitarra. Ya no podemos ensayar más aquí y voy a averiguar quien ha sido. Quien se ha chivado a ese lugarteniente de Belcebú que es la casera en lugar de pedirme amablemente que dejara de dar por el saco con la guitarrita. 

Lo averiguaré. 

La investigación está en marcha.







5 comentarios:

  1. Cuando uno viaja suele pasar esto, que conoce gente.

    ResponderEliminar
  2. Si. Y, muy ocasionalmente, almas gemelas.

    ResponderEliminar
  3. la guitarra arrancó sus patas y se fue corriendo dando zancadas, eso si interpreta igual que su dueño las miradas furtivas tras la cortina de Sor Layo.

    ResponderEliminar