lunes, 3 de agosto de 2015

VAYA, NO ES TAN OSCURA.

Resulta que no habíamos ido hacia el cerro desde nuestra casa. Siempre habíamos bajado. Parecía que hacia oriente ya estaba todo el pescado vendido. Lo que demuestra que hay que explorar en todas las direcciones, siempre.
Detrás de nuestra casa, subiendo por la 116, quedan los vestigios de un pueblo de arquitectura colonial  absorbido por Bogotá que es una delicia. Se llama Usaquén y en sus calles hay bares de  todo tipo y cientos de tenderetes de artesanía. También cientos de personas extienden mantas en el suelo para vender sus productos sobre ellas. ¿Que cómo lo descubrimos?

NUBIA Y SU FAMILIA.

Lo primero es lo primero: Antes de ayer hablé por facebook con un amigo que me dio el teléfono de una señora de Bogotá para que nos diera unos cuantos consejos acerca de la ciudad. Muchas gracias Fili. Es profesora de universidad. De química, si no me equivoco. Pues bien, quedamos ese mismo día, sábado. Ya por teléfono (llamé algo nervioso) me resulto una persona simpatiquísima. Voz enérgica y dulce, alegre. Quedamos en el Carulla, un supermercado que tiene parking y bares en su interior. Un inciso. En Bogotá no hay problemas de aparcamiento: está prohibido aparcar en toda la ciudad. Si tienes coche, tienes garaje. La ciudad, por otra parte, está llena de "parqueaderos" en los que hay que pagar. Como decía, yo fui con Carla  a la cita y ella acudió con su cuñada, cuyo normbre no recuerdo. Nubia es de mediana edad, alrededor de cuarenta, tiene el pelo rizado y se pasa la mayor parte del tiempo sonriendo. Su cuñada es un poco más mayor, o así me lo pareció y lo más característico de ella es su largo y liso pelo negro, al estilo Bailando con Lobos. También sonríe cada dos por tres, pero más con la mirada, enigmática y cálida a la vez. Usa bastón por una lesión en la pierna causada por un accidente cuya naturaleza desconozco.
El primer contacto fue cordial y sencillo. Hablamos de Fili y de como había sido nuestro primero contacto con la ciudad. Me sorprendió lo rápidamente que me dijo que haría todo lo posible por buscarme un curro.
Tan pronto hablábamos de la forma de hacerlo, como de las cosas que teníamos que ver en los alrededores de Bogotá y cuando era más conveniente hacerlo. La catedral de la sal, el tren de la sabana, El Corral tradicional, etc. Pero, increíblemente, a la media hora de conocernos ya nos estaba invitando a pasar un día en un terreno que tiene en plena naturaleza, a una hora de la ciudad. Lagos, cascadas, sendas para hacer trecking. Bien. Si querías ganarme, acabas de hacerlo. Nos dijo que iríamos toda la familia, pero que si queríamos ir Carla y yo sin nadie más, sólo tenía que pedirle las llaves. Increíble, ¿Verdad?
Después de eso fuimos a por sus hijas, que estaban en clases particulares de matemáticas. A las dos se les había atragantado los polinomios. No me extraña. Menuda puta mierda de bichos, los polinomios. Una de las cosas que más me hicieron sufrir en EGB fueron los jodidos polinomios. Su puta madre. Los paréntesis. El menos delante que lo cambia todo. Unos buenos quebraditos en medio. Y de regalo un corchete, no te jode. Eran como muñecas rusas, pero con números. Que asco.  Los odié con toda mi alma. Nunca me daban el puto resultado. Naturalmente, me solidaricé con ellas al instante.
La clase estaba en una calle llena de tenderetes de Usaquén, así que disfrutamos de lo lindo yendo a por las chavalas. Y qué chavalas.
 Siento no acordarme de los nombres, pero soy así, tengo un seguro antinombres. El caso es que, cuando salieron, fuimos a comer a una crepería que estaba enclavada en un antiguo caserón de estilo colonial. Al entrar nos cruzamos con dos guardias de seguridad armados, recortada sobre el pecho uno, y dedo en el gatillo de un pistolón reluciente, el otro.  La hija de Nubia es muy guapa y lanzada. En seguida se puso a hablar y a recomendarnos cosas y a decirnos como era esto y aquello, las particularidades del lenguaje, su viaje a Europa. Es  bonita, alegre, arrolladora. Tiene un abombado pelo rizado y una expresión inteligentísima, tanto en la voz, como en la mirada. Al cabo de un rato descubrimos que es una lectora voraz y que le fastidia que aquí no lleguen todos los libros que se publican en España. Tiene sus autores preferidos. Le encanta Laura Gallego, autora juvenil de literatura fantástica. Menos mal. Estaba empezando a sentirme acomplejado ante tal despliegue de cultura e inteligencia y ya temía que me hablara de Kant o Descartes. En serio, es asombrosa, no debe tener más de trece o catorce años. Su prima es mucho más tímida, apenas habló en toda la comida y es, también,  hermosísima. Tiene rasgos americanos y europeos a la vez, aunque no estoy seguro, el pelo largo, negro y liso como su madre y sus rasgos faciales son dulces y delicados. Su mirada huidiza serviría perfectamente para darle el papel protagonista en una peli de amor entre un Sioux y un oficial del ejército americano.
La comida fue fantástica. Hablamos del contraste entre las costumbres españolas y colombianas, de a quién le iba a entregar mi currículum (tiene contactos en Santillana, el hotel Sheraton y conoce a un Español que está en una empresa de cerámica con el que hemos quedado para comer la semana que viene) y llamó a una familiar suya que hace intercambio de inglés para que refuerce el mío. Después de comer nos enseñó Usaquén y llevó a Carla a comprar unas medias e ibuprofeno. La verdad es que fue increíble, tanto, que me sentí apabullado ante tanta amabilidad. Era pronto cuando nos separamos, pero nos fuimos a casa a descansar. Nos cansamos mucho en esta ciudad que está dejando de ser oscura, no sé si es la altura o los horarios, pero nos cansamos un huevo. ¿Por qué está dejando de ser oscura? Pues por dos motivos: porque hay barrios luminosos, tranquilos y limpios y por la gente que la habita: si todo el mundo es como esta familia, Bogotá puede ser la ciudad más acogedora del mundo.
Eso fue antes de ayer.
Ayer y aprovechando que los domingos son gratuitos, fuimos al museo del oro. Vaya tela. No me extraña
que nuestros antepasados se volvieran locos con el tema. Imagínate que llegas a un continente nuevo, más pelao de pasta que un sábado a las siete de la mañana y te encuentras que todo quisqui va medio en pelotas excepto por el oro. Que si pendientes de oro, que si coronas de oro, muñequeras,  nariceros, brazaletes, petos, más oro que en la reserva federal, colega. Menudas filigranas. Habían cosas del 2000 antes de Chusi que quitaban el hipo.

                                         
                                      Un collar exquisito de 2000 años de antigüedad.

                                   Recipiente con la forma de la estructura del universo. Toma ya.                          
             
Pero lo que más me llamó la atención fue unas figuras que representaban chamanes sentados en una posición muy parecida a la del loto, tan propia de las religiones orientales. Resulta que en el continente americano los chamanes también adoptaban posturas corporales concretas que incitaban al trance y la meditación, lo que demuestra, casi científicamente puesto que no creo que tuvieran móvil para hacer conferencias con el tíbet, que el cuerpo está unido al alma y que ciertas posturas te conectan con algo que va más allá de lo puramente físico.

                                                 


                                                   
                                                 


                                                              Chamanes meditando.
                                                       
                                       
                                             Carla firmando el libro de visitas.                    

Si vale, es algo que todo el mundo sabe, pero estamos hablando de hace miles de años.
Ese museo es algo extraordinario a nivel mundial y nosotros flipamos, pero para alguien experto en la materia o que se interese por la artesanía y la cultura indígenas tiene que ser extasiante. Después de unas horas dentro decidimos ir a seguir explorando La Candelaria. Es un barrio increíble.












                                                    Atención al fondo: la gran ciudad.



Gente esperando a sus familiares a la salida de los exámenes de acceso a la universidad. Si, nosotros tampoco lo entendimos mucho.


No comment.


Me he enamorado de ese barrio. Tanto, que esta tarde, a las cinco y media, tengo una audición para tocar en el Gato Gris, un garito en  el callejón de las brujas, en el centro del centro. Si la paso ya me darán fecha y hora para tocar en serio.
Nada más que contar, un día, el de ayer, fabuloso. Ah si, conseguimos coger un bus de esos privados cochambrosos a rebosar de gente y nos dejó prácticamente en la puerta de casa.

Y es que ya estamos empezando a domar esta ciudad.

Pd.. Bogotá está llena de labradores y goldens. No os lo podéis imaginar. Hay mucha seguridad privada que los llevan, policías que los llevan, vagabundos que los llevan y familias que los llevan.


Gracias, Fortuna, por recordarme a Baco cada vez que salgo de casa. Muy buena. Esta te la guardo.




























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