martes, 2 de febrero de 2016

MI COLOMBIA




Colombia son los funcionarios de inmigración y los cigarros sueltos, el sancocho de gallina y el tamal con chocolate. Colombia es vallenato y salsa y rock, y jazz, y la percusión del pacífico y la selva impenetrable. Colombia es abundancia: coca y café y lulo y guayábano, alturas níveas y playas de piratas. Colombia es páramo y cultura, son los desplazados, los paramilitares, la guerrilla y la paz. Colombia es fachadas cosidas por el humo y casas humildes y preciosas con jardines de agua. Colombia es gente que no te entiende y gente que se entrega. Colombia es la religión y el rock al parque, la resignación vestida para ser feliz, el potencial infinito de su gente, la lucha por preservar los orígenes. Colombia es Bolívar. Colombia son los arhuaco, los wayuu,  los muisca, Colombia es la selva y sus plantas de poder. Colombia es la lluvia y los estratos. Colombia son sus carreteras, lunáticas serpientes intentando descifrar el laberinto. Colombia es el caribe intranquilo y el desierto vacío. Colombia es Bogotá y su actividad sin freno y su pena indestructible como una sucia coraza inútil y sus trancones y sus vagabundos y museos y la séptima, y la décima los sábados y los carriles bici en fin de semana, y sus grafitis y su contaminación y Monserrate y las aves rapaces y los starbucks vendiendo el café de los propios colombianos mil veces más caro y desconchones y la niebla  suave como un lamento lejano de los cerros y los menús baratos y la comida rápida y los traficantes en la candelaria y el arte en la calle y la pobreza como una gripe eterna y la riqueza repartiendo relucientes y sabrosas migajas alucinógenas, para que el personal se crea que puede.


Colombia es Andrés Caycedo y su mirada pura, como el agua de un deshielo. Es la afinidad que sentimos al principio, hace ya seis meses, a la media hora de estar conversando. Andrés tiene tanta fuerza y talento en sus manos como fragilidad en el alma. Y es por eso que su risa es explosiva y se adivinan cicatrices colgando en sus pupilas. Yo he visto nuestras almas transformándose en espejos.

Colombia es Lina Moreno y su aire de aristocrática languidez. Es guapa hasta el insulto y su rostro parece un lago secreto de montaña. Tiene el estilo que a veces te encuentras en las revistas de moda, siempre arreglada, siempre bien vestida, pero no te engañes: no tiene un gramo de gomela. Trabaja más horas que un reloj para ser independiente y su mente es abierta y receptiva. Es capaz de estar en un concierto de black metal y disfrutarlo como el que más. Siempre es agradable estar a su lado.

Colombia es Manón Martín. Alegre, descarada, vital, graciosa y sensible. Recuerdo su cara de alegría al vernos aparecer en la casa después de dos meses ausentes. Me hizo sentir en mi casa.  Siempre me alegraba saber que estaba o que llegaba a ella. Tiene los ojos más bonitos de toda la Candelaria. (Con el permiso de Carla, claro).

Colombia es Mariette y sus múltiples ruidos y reacciones extrañas. Es capaz de chillar y dar palmas y hacer un ruido como de animal mitológico y parecer una damisela en apuros al mismo tiempo. Su mirada es penetrante, azul, y contrasta con su pelo rojo. Trajo no sé cuantos kilos de queso y fiambres y fue como si mil ángeles hubieran bajado a la tierra a tocar un himno celestial. Tiene una risa hermosa, de azul y fuego. Fue impagable el momento que volvimos solos a casa y pedimos varias veces cervezas a domicilio mientras pinchábamos garruladas por Youtube.

Colombia es Sam. Norteamericano, rubio y con una incipiente calvicie que no le aporta edad al conjunto. Ingenioso, rápido, seguro de si mismo. Siempre se alegraba de verme, igual que me alegraba yo de verle a él. Todos los fines de semana venía a casa con diez o quince litros de cerveza, de la que nunca reclamaba un peso. Sabía mil juegos de beber, algunos particularmente ingeniosos. Como uno con los siguientes elementos: papel higiénico,  moneda, vaso y  cigarro encendido. Me gustaba hablar con él de temas importantes, aunque no siempre fuera fácil debido al idioma. Cuando se ríe sin control me parece un niño de seis años. Anda por la Milagrosa como el general Custer en Little Bighorn. Admira a las personas que tienen su propia opinión, aunque no coincida con la suya. Le encantaría poder tener la visión de su país que tiene un extranjero.

Colombia es Francoise y su pinta de mimo, de actor de teatro, de pintor parisino del XIX. Delgado, de sonrisa líquida y fácil, tuvimos una conversación más profunda que la fosa de las marianas poco antes de volver a España donde ambos hablamos de  cosas que importan Es tranquilo y comedido... ...hasta que sale de fiesta. Creo que tiene el corazón partido entre una pasión y un miedo, como todos los hijos de la duda.

Colombia es Alexa, pequeña pero matona, orgullosa y alegre, una artista. Ríe como un huracán porque tanta energía tiene que salir de algún modo. Tiene el pelo como el cielo de Bogotá en los días de lluvia, oscuro y luminoso al mismo tiempo. Es capaz de sonreír en el dolor porque sabe que  la alegría debe vencer al drama. Conocí una Alexa antes de irme que no sospechaba. Es fuerte. Si tuviera que decir dos palabras para definirla diría: vital y fuerte.

Colombia es Berenice, francesa, alta, delgada y sinuosa como el Sena. Baila salsa de una forma increíble y le encanta y se nota, porque da igual donde esté, si suena salsa ella va a ponerse a bailar con alguien.  Me regaló las palabras más bellas que nadie me había dicho en mucho tiempo.

Colombia es Joan. Ok, Joan, Ok.
Joan, siempre con su sonrisa en la boca, paseando al sol su cabello rubio, con sus manos en los bolsillos. Joan, siempre ocioso, siempre en calma, siempre generoso. Joan, siempre metiéndose con todo el mundo. Era genial estar con Joan. Una de esas personas que te arreglan la tarde sólo con su mera presencia. Joan ha logrado sintonizar la energía del cosmos. O algo así.

Colombia es Maya. Dulce y rubia como una de esas princesas de cuento, su aspecto frágil no le ha impedido recorrer Colombia de parte a parte, visitando lugares remotos y peligrosos.  Inteligente y silenciosa, me encantaba verla amanecer por las mañanas junto con su pareja Joan.  Sensible Maya: lloró antes de irse a Francia. Lloraba y reía a la vez, que es una de las formas más bellas de tener rostro.

Colombia es Estefan, enigmático Estefan. Siempre diligente, siempre con su mochila, siempre yendo a algún lado. Era holandés y tocaba flamenco con su guitarra que ya le gustaría a muchos españoles que van de pro por ahí.  Explorador de la ayahuasca. Encontró a su familia biológica en Colombia, Fue muy emocionante verlo con su traje yendo a conocerlos.

Colombia es Germán, nuestro casero. Muchas veces acababa una frase y se te quedaba mirando asombrado. Un ser lleno de vida y caos y alegría y verdad y libertad y sabiduría y alegría y música y poesía y literatura, y sentido estético, y alegría y cultura y alegría y el viaje en el cuerpo y una hija con una sonrisa tan pilla y bella que la he metido directamente en el top five de las mejores sonrisas que vi en toda mi vida.  ¿Cierto?


Colombia es Edgard, el Miyagui de La Candelaria, un ser enigmáticamente tranquilo. Sabe de  ciclos estelares, sabe de como  tratar la madera y el cuero, sabe acerca de las plantas de poder, sabe vivir con poco. Es paciente y silencioso, como si fuera el espíritu de la casa, y duerme en un cuarto muy pequeño tras una cortina. Su cabellera larga y frondosa, su rostro lleno de experiencia, evidencian genes salvajes galopando en sus entrañas. Es capaz de llevar puestos un pantalón de judo y una americana y que le quede de puta madre. Cuando no sabe de algo escucha muy atentamente y el asombro le provoca una sonrisa maravillosa.

Colombia es Rosario, pequeñita y tímida, amable y simpática. Su risa, pim, pam, pum, resultó ser un torrente imparable, hilarante y contagioso aquella noche de guitarras y hogueras. No pude conocerla tanto como a otros, pero su energía  era buena, segurísimo y me jodió no conocerla más. El disfraz de india no parecía un disfraz, sino un traje. Era india, de verdad.

Colombia es Teo, un francés que parece ruso. Pronuncia las erres mucho más de lo necesario, justo al revés que cualquier compatriota. Fue delicioso coincidir viajando y su disfraz de la noche de difuntos era espectacular. Teo parece tranquilo y responsable hasta que sale de fiesta.


Colombia es Loise Baboulou. Químico francés poseedor de doscientas guitarras, más o menos. Con él toqué por primer vez en las calles de Bogotá. Creativo y muy inteligente. Pillaba mis canciones a la primera. Tiene canciones muy buenas. Uno de esos tipos capaces de pegarse fuego y ser responsable al mismo tiempo.  Me encantaba su risa, de mirada profunda.  Ha viajado por latinoamérica más que Willy Fog por el mundo.


Colombia es Louise Aaaaaaah, Ahhhhhh, Ahhhhhh. Pelo rizado largo, acento muy francés, Un mito en la panda por ser su ojo el receptor de una chapa de botella de cerveza volando a dos mil por hora. Cada vez que alguien abría una cerveza de litro alguien se lleva la mano al ojo y empezaba. Ahhhh...Ahhhh...Ahhhh. Sospecho que a ella no le hace mucha gracia. Por tener que ir al hospital y eso.

Colombia es Pim Pam Julius. Teutón, callado, tranquilo, pelo rubio rizado de querubín, aunque al final se rapó por los lados y parecía el prota de Vikings Ojos azules, gran bebedor de cerveza. No fui capaz de hacerle improvisar. Siempre va tranquilo por ahí y es agradable tenerlo cerca, como pasa con todas las personas que se ven tan panchas y a gusto por la vida. Nos hizo pasar un rato excepcionalmente hilarante en el jardín, junto a la hoguera. Es (Pim) una historia (Pam) muy larga (¡Pum!).

Colombia es Adriana. Mordaz, ácida, nerviosa, faltona, alegre, vital, sincera, brillante. Todo eso y mucho más. Estar a su lado es abrazar la risa. Viajera de las buenas, un rompehielos total. Capaz de entrar en una habitación con doce desconocidos y ser colega de TODOS en dos coma cuatro segundos. Los tenía bien puestos, además, Adriana. Mucha alegría al encontrarnos en el viaje.

Colombia es Ramiro Zuluaga, malabarista y un genio del buen vivir. Alegre, delgado como un yogui, moreno y de rostro anguloso y viril. Tiene la sonrisa fácil y la boca enorme. Improvisaba genial y haciendo su show es un vórtice de energía que atrae miradas y suspiros de admiración. Como él dice  no trabajaba en el circo del sol, trabaja de sol a sol.


Colombia es Simone Becerra, australiana de orígenes latinoamericanos, guapa y sensual, siempre conseguía lo que quería. Su alegría al encontrarnos viajando y su emotiva despedida hacen entrever un corazón gigante. Lleva dos años y pico viajando y la visa caducada desde hace meses. Parece que no le importa mucho.


Colombia es Julian, culto y servicial, herido de muerte por la flecha de cupido. El quería hacernos ver que quería sólo formar parte de la panda, pero sus miradas, sus actos, sus palabras... todo su ser, su energía, iban dirigidas a una sola persona. Y resultó ser una flecha envenenada.

Ojalá os vuelva a encontrar por el mundo alguna vez. TODOS tenéis casa en Valencia, cuando encuentre una.

Colombia ya es parte de mi para siempre. Aunque no vuelva nunca, siempre habrá un momento en que la extrañe, que vuelva a visitarla, aunque sea al pasado.

Gracias a todos las personas que han formado parte de mi aventura en este increíble país. A Carla, por los motivos evidentes que no hace falta decir, y a todos mis nuevos amigos encontrados por lo que ya he dicho. Gente de la Milagrosa, viajeros encontrados:  ¿Verdad que los pueblos del mundo tienden a ser amigos?

Y gracias a todos los que leyeron y compartieron  mis aventuras por Colombia.  Espero haberos trasladado una pizca de lo que yo he sentido. Un abrazo muy grande a todos.
                                     


                                        


Ya no seguiremos informando...



                                                                                       ...de Colombia.

miércoles, 20 de enero de 2016

LA SEÑORA ESTER.

La señora Ester y mi señora. 


La señora Ester lleva el pelo recogido y cuenta los billetes, que siempre tiene distribuidos en diferentes fajos y bolsillos, con la habilidad de un banquero. Achina los ojos cuando ríe y, si vuelves del fondo de la tienda y ves su silueta a contraluz, uno puede intuir un distinguido bigote muy bien cuidado.  Es capaz de tener doscientas personas dentro de su tienda de cinco metros cuadrados y ponerse a hablar por teléfono ante la mirada de sorpresa de los presentes sin despeinarse, alternando la sonrisa con la seriedad sin ninguna transición. La señora Ester sonríe a menudo, sobre todo a primera hora de la mañana y al final del día, cuando se ve que tiene más dinero que Escobar.

La señora Ester dice "¿Que va a llevar mi niña/o

? unas tres mil veces al día.

La señora Ester trabaja desde el alba hasta bien entrada la noche y nunca se le ve excesivamente cansada.

La señora Ester siempre guarda las distancias y por ello, dentro de la sencillez que aparenta su vida, es altamente enigmática.

La señora Ester suma de cabeza los precios que se le ocurren sobre la marcha. Al principio parecía de los más arbitrario y alguna vez la hemos cogido sumando mal. Me recuerda a la tía Ramona de Burbáguena, una persona capaz de sumar más rápido que Deep Blue. Pero ella no sumaba de cabeza, escribía las cuentas en el papel de envolver el fiambre y paseaba la punta del bic sobre las cifras con una velocidad que convertía su dicción en un trabalenguas numérico.

Doña Ester y la tía Ramona tienen una tienda de ultramarinos en común regentada en distintas épocas y lugares. Y eso es todo.

La señora Ester sabe muy bien que tiene que tener la cerveza siempre fría y barata. Lo  que la convierte en la presidente de Cerveza Sin Fronteras.  En un barrio lleno de hostales y casas compartidas por jóvenes europeos es algo básico. Y ella lo sabe. Y por eso vende decenas de litros al día. Por no decir cientos.

Doña Ester siempre discute de broma con su ayudante, una señora bajita y con cara de pocos amigos. Lo hace de broma si hay mucha gente y todo el mundo se ríe, pero  yo no me entero de una mierda.
Entender a un colombiano puede llegara a ser imposible si está de rumba, o bromeando, o alegre.

Los ladrones saben que si atracan a la señora Ester probablemente esta se defienda dando golpes con sus fajos de billetes, que son armas letales.

Me ha dado penica despedirme de la señora Ester.

domingo, 10 de enero de 2016

LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS


Por supuesto, el vallenato era lo único que existía para el conductor de ese autobús.

Lo habíamos cogido a las siete de la tarde para pasar la noche en el vehículo y el muy notas, después de poner dos pelis  y quedarse el ambiente en brazos del silencio, coge y pone vallenato. Lo irradia por todos los altavoces del autobús. Y bien alto, claro que sí.  Imaginaos: un autobús a oscuras atravesando la noche colombiana. Nadie habla. Sólo es escucha el ronroneo lejano del motor (es un autobús nuevo) y el rozamiento de las ruedas con la carretera, el suave vaivén es agradable. Es casi una cuna.  Y de repente, esto.


(Os pongo un mix de una hora porque, chico, nunca se sabe, puede que os mole).



 De todas las músicas de Colombia, el vallenato es la única que no soporto. Consiste en un tipo con un acordeón y cantando a grito pelado lo mucho que se ha equivocado esa mujer al dejarlo. Las voces son siempre agudas y estridentes y parece que van a pronunciar bien las frases, con algo de sosiego al menos, pero a mitad de frase el cantante eleva el tono hasta convertirla en el grito de un aguilucho en celo. Por supuesto, es mi inexperta opinión. Y así se va a quedar. Sucede que no tengo el más mínimo interés ni en aprender vallenato ni ser justo con mis juicios hacia esa música. La odio y punto. Para mí ha resultado traumática.

Pero todo fue una falsa alarma. Alguien con menos paciencia que yo (efectivamente, existe) se levantó y le debió decir al conductor que, o quitaba inmediatamente esa música o en ese autobús iban a pasar cosas muy malas.

A partir de ahí todo fue, nunca mejor dicho, sobre ruedas. Catorce horas de Bus para recorrer 512 km de las cuales me dormiría unas 9. Todo gracias a una pastilla para dormir que compré en una farmacia de la estación de autobuses. De lo contrario me habría pasado catorce horas cambiando de postura y maldiciendo a la humanidad. He aquí un buen uso de una pastilla para dormir.

MEDELLÍN.

La verdad es que nos sorprendió la ciudad. Es la más avanzada de Colombia. No vi contaminación excesiva, no vi trancones, no vi basura excesiva, ni tantos vagabundos como en Bogotá. También tiene metro, oh, alabado sea Dios.  Es curioso, vimos a bastantes colombianos haciendo turismo en el metro. Iban a verlo, a subirse, sacar fotos y tal. Nada extraño, supongo que en Valencia hicimos lo mismo cuando nació.
Lo único raro es que no tiene casco antiguo. Las cosas para ver están desperdigadas. Anduvimos un poco por el centro, consagrado al comercio, todo muy loco, y luego fuimos al botánico, que es como viveros, pero con otras especies. El recinto de las mariposas es algo espectacular, eso sí.







Al día siguiente, día de reyes, había que hacer algo especial, así que nos fuimos al parque de atracciones de Medellín, una joya nostálgica cuyas atracciones no han sido renovadas desde tiempos inmemorables. Excepto una, no eran muy salvajes, pero había un miedo extra, ochentero, de no saber si todo se iba a ir a tomar por culo debido a la edad de los renqueantes artilugios. Ver a mecánicos haciendo reparaciones  en la montaña rusa, al lado de la cola para subir, tampoco era muy tranquilizador.
Por eso lo pasamos tan bien. Bueno, yo estuve como una hora mareado después de subir a un martillo de esos que dan vueltas de 360º. Como el barco pirata, pero dando toda la maldita vuelta.
Creo que me salieron mil canas, eso sin contar  con que mis pelotas decidieron instalarse en la nuca un buen rato.

HOSTAL SUNSHINE

Después de pasar un día de lo más peterpanesco nos fuimos a descansar al hostal.

Descansar es un decir, claro.
El dueño era de Israel y el 90% de los hospedados eran de Israel también. Tengo que decir que es el hostal más ruidoso en el que he estado. Gritan para hablar, muchísimo. Y es una lástima porque el hebreo suena bien. Es melifluo y suena antiguo, muy, muy antiguo.  ¿Y la música que ponían? Era como si todo el rato estuvieran poniendo la biblia en su versión musical. Una especie de pop del siglo II antes de Chusi.
Pero eso no es todo. Les da igual que estés durmiendo en la habitación compartida. Entran y se hablan entre ellos como si estuvieran sordos. Encienden la luz.
Hubo una noche que estuvieron de fiesta en el patio interior, al que daban TODAS las habitaciones del hostal y me entraron ganas de construir un muro e instalar un puesto de control. Tu ya no pasas. A la puta calle. Coloniza el parque, cabronazo.
Esa noche me prometí a mi mismo que me levantaría y sería  demoníaco. Ruido y fuego, maldita sea. Ahora os vais a enterar.
Naturalmente, me levanté, encendí la linterna, e hice el menor ruido posible. Si es que soy gilipollas.
Cuando salí al patio, algunos todavía volvían de fiesta y me quedé hablando con un chico colombiano que también viajaba y resultó ser una de las personas más interesantes que he conocido en este viaje.
Fue una conversación extrañamente profunda, para ser entre dos desconocidos. Hablamos del budismo, del cristianismo, del viaje, de la política colombiana y española, de adicciones, del miedo, del amor, del sufrimiento. En fin, una trascendental e inesperada delicia.
El chico se retiró a dormir tras dos horas de charla y Carla y yo nos fuimos a Guatapé. La magia hecha lugar.

GUATAPÉ

Guatapé es un paraíso en la tierra. Así de claro. Es un lugar lleno de lagos, de islas, de penínsulas, de bosques. Un ornitólogo tiene que fliparla aquí. Hay decenas de especies de pájaros. Desde aves rapaces que planean en círculos entre diez y doscientos metros de tu cabeza, hasta patos salvajes, pasando por unas aves de patas altas y delgadas y plumaje grisáceo que siempre están cerca del agua. También hay pájaros pequeños, como puntas de flecha, de colores vivos, casi fluorescentes. Cuando se posan en alguna rama parecen flores.
El pueblo es una cucada real. Real me refiero a que la gente hace vida en él. No son todo hoteles, ni casas restauradas, ni todo es carísimo. No es Brujas, ni Cartagena de Indias, ni Venecia. Todas muy bellas, pero como de postín.
Su belleza está en el emplazamiento (puedes ver el lago al final de muchas calles) y en el hecho de que se nota que sus habitantes se esfuerzan por dejarlo todo arreglado a nivel personal.



La casa de un pintor.

Falso casual. 

Una calle. 

Un embarazo.

En Guatapé se toman muy en serio la navidad.

Carla y Blondie

Conseguimos la carrera por 2000 y nos pedía 10.000. Vamos aprendiendo.

El sitio.

La foto más típica de la historia. 

El peñón de Guatapé

Vistacas.

A esa playa vamos hoy, en kayak.

Estoy hecho un chaval.

To punki.

Muy Bola de Drac todo. 

Chorizo y preservativo son dos palabras que NUNCA deberían ir en la misma frase. 

Llamando a las puertas del infierno. 

Carla, en un vehículo de exploración extraterrestre.

Para los amantes de los coches, la peli y la serie. 

La iglesia de Guatapé es de los Stark. Consagrada a los antiguos dioses. Se acerca el invierno. 

Una iglesia. 

Una especie de buitre. Bueno, no sé lo que es, la verdad. 

Un zócalo un tanto extraño.
JUAN CARLOS.

Después de dos noches en dos hostales que ni fu ni fa, encontramos uno que es una chimba, a los pies del lago, con wifi que funciona y donde Juan Carlos da clases de yoga. Y es que Juan Carlos es mucho Juan Carlos.

Juan Carlos es un colombiando, de Medellín, que ha vivido treinta años en los Estados Unidos con una familia gitana. A eso yo le llamo diversidad en vena. Se dedica al flamenco y al Yoga (¿?) profesionalmente en Medellín, ciudad que vive una primera infancia con esa música.  Pues bien, a pesar de tener cama en el hostal donde da clases, prefiere dormir en una tienda de campaña a los pies del lago. Ayer pasé por la tarde por su campamento y estuvimos bebiendo birras y tocando a los pies de una hoguera, mientras caballos pastaban a nuestro lado y diferentes especies de pájaros se dedicaban a hacer sus cosas de pájaro. El lago, tranquilo, casi vergonzoso, iba ocultándose en la creciente oscuridad.
Se puso a llover y tuvimos que refugiarnos en la tienda de campaña, que era grande y con forma de casa, techo canadiense pero con paredes, como las del ejército. Una pasada. Me quedé allí, en las puertas de la cabaña viendo como la hoguera luchaba contra la lluvia, perdiendo poco a poco la batalla.

Una luz por el rabillo del ojo. ¿Pero que coño?, pienso. Y caigo en la cuenta de que este ¿Pero que coño? pude que sea el pensamiento que más he repetido en este país.  Otra luz. Y otra más. Y luego cinco intermitencias brillantes, minúsculas. Y luego veinte. Desordenadas, Como luces de muchos flashes de minúsculas cámaras.

-¡¡¡Pero si son luciérnagas!!-grito.

Juan Carlos se me queda mirando como si estuviera imbécil, pero me la suda. Para él será normal el tema luciérnaga, pero yo sólo las he visto en animes japoneses.  En ese momento hay decenas, cientos de ellas y es noche cerrada. Es un espectáculo increíble, para mí lleno de magia, igual que si se acabara de abrir la puerta que une la realidad con todos mis sueños relacionados con el mundo de la fantasía épica, los cuentos de hadas, la magia, las aventuras, los juegos de rol, la imaginación, la poesía. Salgo corriendo de la tienda de campaña y voy justo hasta el centro del espectáculo. Ahora me rodean cientos de ellas, aparecen a un metro de mis ojos, centelleando por un segundo en erráticos vuelos. Me giro y toda la noche cercana al suelo (no vuelan a más de tres metros de altura) aparece surcada de un caos lumínico tranquilo, fantasmagórico, sutil y jodidamente hermoso. Estoy rodeado de miles de luciérnagas y, a pesar de que a veces es molesto, por los zumbidos en las orejas y los choques contra mi persona de los insectos, estoy viviendo uno de los momentos más especiales del viaje. Maldigo el hecho de que Carla esté duchándose en el hostal. Ojalá hubiera estado allí conmigo.

La belleza pura y trivial, sin intención alguna, de la naturaleza, es muy superior en mi opinión, a cualquier obra de arte.  El hecho de que nada haya intervenido en su creación, aparte del azar, me parece algo fantástico y una de las razones de que el hombre inventara a Dios. Puede llegar a ser insoportable ver la relación intrínseca de todas las cosas sin inventarse una mano que haya diseñado el puzzle.  Y más antes.  Otro "pero" es que esa belleza la paso por el tamiz de optimista de libro que soy yo. Un pesimista te diría que de bello nada, que la naturaleza es cruel y salvaje y que todas las puestas de sol y todas las luciérnagas no son admiradas por los animales y que no valen nada ante el hecho de que el dolor y el miedo de una gacela es muy superior al placer del león que se la está comiendo. Que la belleza la inventó el poeta al contemplar porque no existe.



Este lugar es magia. Magia pura. Que buen cierre para el viaje. Hoy vamos a alquilar un kayak y a perdernos por alguna de las islas. Haremos un picnic, dormitaremos entre el sol y la sombra de los pinos y leeremos nuestros libros.

Colombia, ya estoy empezando a echarte de menos.

domingo, 3 de enero de 2016

LO MALO DE COLOMBIA

Anoche estábamos en una plaza llena de gente, presidida por una gran iglesia. Es una plaza que se llena de artistas y gente haciendo botellón, así como de familias y niños correteando. Pues bien, estoy dándole un trago a una cerveza, cuando llegan unos policías.

-¿Que haces?-me dice gritando-Deja esa botella ahora mismo.

La dejo, obviamente, y nos levantamos de allí y empezamos a irnos. No queremos problemas, pero cuando estamos unos cinco metros alejados de ellos, me vuelven a gritar.

-¡Eh, tú!, Acompáñanos a la estación.

-¿Cómo?-le digo.

-A la estación. (Comisaría)

Y me doy cuenta de que estoy rodeado de maderos. Sopeso irme corriendo durante un milisegundo. Es estúpido. ¿Que puede pasarme por beber un trago de birra en la calle? Además, Carla, la pobre, está detrás de mí, acompañándome en todo momento, cuando la cosa no va con ella.
 Al que han pillado bebiendo, a pesar de que unas cuatrocientas personas  están haciendo lo mismo, es a mi.
Llegamos a la estación y nos sientan en unas sillas. Uno de ellos empieza a llamarme hijo de puta y a decirle a los compañeros de la estación cosas raras.

-¡Estaba bebiendo al lado de la iglesia!

Todos se hacen los ofendidos, Como si hubiera infringido una ley de forma muy grave. Me miran con cara de asco. En ese punto empiezo a acojonarme de verdad. Empiezo a temblar. A lo mejor es verdad que no se puede beber cerca de las iglesias. Este país es muy religioso. Mucho.

Me levantan y me registran. Hacen lo mismo con las cosas de Carla.

-Ahora vamos a llamar a inmigración.-me dicen.

Carla, un poco más tranquila que yo, les pregunta que cual es el procedimiento, que qué va a pasar.

-Ahora vendrán los de inmigración, le abrirán una diligencia, le esposarán y estará en la cárcel 36 horas mínimo-le cuentan mientras yo empiezo a sentir nauseas-después de ese tiempo habrá un juicio. El resultado depende del juez.

No me puedo creer lo que está pasando. Cuando te pasa algo realmente malo todo se cubre de un halo de irrealidad. Es como una pesadilla. El cerebro se niega a aceptar que minutos antes todo fuera de maravilla y ahora todo sea una especie de viaje cuesta abajo y sin control.

Llaman por radio.

Uno de los polis no para de hablarme de mala manera, muy agresivo.

-Os creéis que podéis hacer lo mismo que en vuestros países, y esto es Colombia. No se puede beber donde la gente ora, "hioeputa". Y delante de niños.

Es el tema religioso y de los niños, ambos repetidos hasta la saciedad, lo que me mosquea.

-Pero está todo el mundo bebiendo. Hay un puesto que hacen cócteles y todo.-dice Carla.

Yo sólo pienso en lamer culos de maderos y que Carla se calle.

Entonces el poli se sienta a mi lado y se acerca demasiado. El código de las distancias salta por los aires. La gente,  sobre todo desconocida, solo se sienta así de cerca cuando quieren hablar sin que nadie más les escuche. Yo veo una luz al final del túnel. Es una luz negra, llena de basura, portadora de una música atroz que explica muchas de las cosas que suceden en este país tan contradictorio y, a veces, absurdo.

-Señor-tiemblo- no quiero faltar al respeto, ni resultar ofensivo, ni nada parecido, pero... ¿Hay alguna forma de solucionar esto?

Y el policía, por llamarlo de alguna forma, no me contesta. Es alto, grande (es una estación antidisturbios, tócate los cojones) y su cara abotargada y llena de protuberancias carnosas está marcada por una verruga horrible que le mancha un párpado y hace que su ojo esté medio cerrado. Es una visión más que fea. Pienso, no sé como, que el tipo se merece un rostro semejante.

-Le puedo dar-digo susurrando porque el momento es crucial- 50.000 pesos. Es todo lo que tengo.

Y el tipo que me ha echado la bronca porque está mal beber cerca de una iglesia junto con cientos de personas más, me dice:

-Bueno-y pone la mano- pero lo hago por colaborar con usted. Y no le cuenta a nadie esto.

Alivio. Alivio instantáneo. Y rabia. En ese mismo momento me doy cuenta de que nos han tomado el pelo, de que era todo un teatro para sacarnos plata. Pero estoy, por otra parte, tan contento, que me la suda.

Después de eso nos vamos al hostal, a encerrarnos en la habitación con aire acondicionado, nerviosos como si nos hubiéramos tomado diez litros de café.

En fin. Había unos cinco polis en la habitación de la comisaría donde nos registraron y TODOS vieron como el gorilaco me sacaba la plata. TODOS vieron como se la daba en la mano.

Ojalá hubiera llevado una cámara oculta. Que sensación, joder, ser el vehículo mediante el cual unos policías corruptos cometen un delito.

En fin. Colombia tiene muchas cosas buenas y muchas malas. La corrupción galopante que sufre este país, es, sin duda, una de las peores. Todo el mundo es consciente, todo el mundo lo dice, pero nadie hace nada.

Colombianos, nadie va a cambiar el sistema si no lo hacéis vosotros.

Podríais empezar ocupando las plazas. Salid a la calle, manifestaros. Tendríais que ser constantes, sacrificar momentos de alegría y de estar haciendo otras cosas más divertidas.

Pero funciona. A la larga, funciona. Os lo dice alguien de un país que también quiere cambiar las cosas y lo está consiguiendo, o eso quiero creer.

Luchad, demonios, levantaos. Tenéis un país maravilloso, enorme, lleno de recursos, de gente increíble. Tenéis el potencial más grande que nunca vi en cualquiera de mis viajes.

Y nadie va a hacer nada por vosotros. Ni los políticos, ni los mercenarios que sirven sus intereses.

Y os lo digo de verdad: parece que no.

Pero se puede.

PD: Escribo esto tras una reflexión de Carla que me ha hecho sentir un poco de vergüenza. No es tan fácil. Aquí, a la gente que se rebela, que dice las cosas como son, la matan.