sábado, 19 de diciembre de 2015

PALOMINO ES UN LUGAR

(Estamos ahora en mitad del desierto así que la conexión es paupérrima, en la próxima entrada publicaré más fotos)

El Barbas.
Palomino es un lugar alejado de todo, excepto del parque Tayrona, una reserva de la biosfera a las puertas de la guajira: la parte más salvaje y deshabitada, junto con el chocó y el amazonas, de Colombia. La zona está poblada por multitud de especies de aves exóticas (para nosotros, supongo que para los lugareños es más exótico un gorrión) y la vida y la abundancia rezuman de tal manera  que dudo  que sea necesario trabajar para sobrevivir por aquí. Vivir es otro cuento.
Una vez te acostumbras no pasa nada, pero los frutos de los árboles, a cada cual más grande y pesado, caen por su propio peso  de vez en cuando y son fuente de continuos sustos.  No estoy hablando de nísperos o cerezas. Hablo de mangos, cocos y cosas así. Hacen un ruido sordo y casi gore cuando caen al suelo, como haría, supongo, una cabeza humana al estamparse de la misma forma.
El pueblo está cruzado por una carretera general. Esa es, parece ser, la calle principal. A ambos lados de la carretera se hacinan un montón de negocios: panaderías, tiendas de regalos, bares, billares (en Colombia hay  muchas salas de billar) e, incluso, una discoteca. Cerrada, eso sí. Me gustaría verla.  
Palomino se dispersa a ambos lados de la carretera en una gran extensión de terreno. Todo son casas bajas muy sencillas a los pies de polvorientos caminos.  Todavía no he visto, si exceptuamos la carretera general, un centímetro de asfalto en todo el pueblo.  No hay sistema de alcantarillado, ni distribución canalizada de agua y el suministro de luz se corta cada dos por tres.
Para quien haya estado: me recuerda a la zona costera que hay entre Oliva y Pego, llena de casitas hechas por sus propios habitantes o sus bisabuelos.  Casas cuadradas con una sola planta baja y, a lo sumo, una altura. El polvo en los caminos, las chanclas sucias y un río que desemboca en  el mar, igual que el Bullentó, pero de aguas cristalinas y nada malolientes como aquél.
¿Por qué  comparo este lugar con ese? Más que las semejanzas naturales, que son pocas pues las especies son muy distintas, es un hecho concreto: ayer me arreglé después de un día de playa.
Fue algo único y totalmente veraniego-adolescente.  Eso de pasar todo el día haciendo el gamba en la playa y llegar a casa con hambre canina, derrengado, ducharte y quitarte la sal, transformar el pelo de lija del siete en una suave mata de seda perfumada, cambiar el bañador por unos pantalones “to guapos”, la mejor camisa que tienes y las chanclas por las Nike que tardaste cuatro meses de ruegos y súplicas en conseguir. Y a ver si te atreves a dar el paso con la madrileña esta vez.
Es el ambiente.  Incluso he visto carteles de celebración de eucaristías. Cómo la que había cada domingo en Marines Racons, la urbanización de los pegolinos donde pasé unos cuantos julios.  Vaya frikada, por cierto. Me pregunto si se sigue haciendo. Una misa portátil para veraneantes,  (como todo buen cristiano sabe, el alma no coge vacaciones) con sus abuelas emperifolladas, más vigilantes en ver quién no iba a misa que en la misa en sí y la gente atravesándola para entrar en el bloque de apartamentos, viniendo de la playa con el cocodrilo hinchable. Eso sin contar con su cura. Todavía me acuerdo de su acento, perfectamente calcado al del cura de La Princesa Prometida.  Brutal.
Hacía mucho que no vivía ese proceso, el de arreglarme  después de un día de playa sabiendo que mañana será playa otra vez. O que no me daba cuenta. O que no me hacía recordar épocas pretéritas, cuando los primeros besos y los primeros temblores.
Inciso: me acuerdo mejor de lo que pasaba a mi alrededor cuando  di mi primer beso (Ana, rubita, pecosa, madrileña) que cuando se derrumbaron las torres gemelas.  Estaba en Campanillos, un pub con terraza, y sonaba (bastante apropiadamente) Loosing my religion. Otros grandes éxitos de aquél verano fueron Chiquilla y Así me gusta a mí.  Temazos gran reserva. Verano del 91. Hace 24 años.
Depresión mode on, please.
Estoy en 2015 en Colombia, viajando con mi chica por lugares perdidos y trabajando al mismo tiempo. No seas capullo, Javito.
Depresión mode off, please.
Este lugar quiere explotar al turismo y en cierto modo ya lo está consiguiendo.  A pesar de toda la carencia en infraestructuras, los viajeros (todos mochileros, sin excepción) llegan cada día para alojarse en cualquiera de las decenas de hostales que hay aquí.  Son, casi todos,  cabañas con techo de hoja de palmera, con grandes terrenos a su alrededor donde puedes plantar tu tienda de campaña o dormir en hamacas.
¿Y por qué viene aquí la gente? Por su playa, salvaje completamente, de arenas blancas relucientes y aguas limpias…
(Acabo de ver a una gallina cazar y zamparse un bicho volador gigante aunque, por lo visto, bastante incauto)
… a los pies de una selva tropical. Ya sabéis, cocoteros, aves del paraíso y toda la vaina. 
(Joder, menudo festival insectívoro,  estoy viendo pájaros cazando palometas en el aire, delante de mí. Es increíble la habilidad que tienen esos bichos para ser ingeridos).
El tema es que la playa es digna de Wilson, el balón-cabeza de “Náufrago”. Es exactamente igual que las que aparecen en las pelis de piratas.  No hay nada a parte de troncos podridos arrojados a la arena por las corrientes,  el mar crespo de la zona y una fina neblina ocasional que es mezcla de las partículas de arena que levanta el aire y los vientos alisios procedentes del atlántico.  Estos vientos, cargados de humedad, chocan con Sierra Nevada,  que los atrapa: de ahí la constante humedad y la impredecible variabilidad del tiempo.
No sé por qué (creo que ya lo he contado en otra ocasión) las playas salvajes me dan mal fario al principio.  Esta, en concreto, es por la sensación de soledad y cierto peligro en el agua, amén de la pared vegetal que se extiende, inclinada por su propio peso  como si quisiera atraparte, al otro lado de la pequeña franja de arena. El mar es bravo, amenazante, y las olas de más de metro y medio son constantes e impredecibles. Cuando regresan al mar después de chocar contra la orilla te arrastran hacia adentro con fuerza, como si el mar tuviera personalidad. Tú te vienes, te dice. Te vas a quedar aquí conmigo, haciendo compañía a todos los ahogados que, siglo tras siglo, han  engrosado las filas del ejército de los fantasmas olvidados bajo el océano. Marineros aquejados de escorbuto, corsarios al servicio de la reina, piratas al servicio de si mismos, bucaneros, filibusteros, soldados españoles, ingleses, holandeses, portugueses, buscadores de tesoros, exploradores tísicos, pescadores que jamás volvieron, capitanes borrachos, tripulaciones amotinadas, señoritos de primera clase y bastardos sin nombre:  ve con ellos, Javier, y ten una inexistencia elegante.  Eso dice aquí el sonido de las olas.
 Es increíble cómo ha cambiado el tiempo en comparación con Taganga, a dos horas en bus. Por las noches hace frío.  Lo sé porque dormimos en hamacas, a la intemperie, y es preciso abrigarse bien para no despertarse pajarito.  Eso es lo bueno de este lugar: tienes desde habitaciones con aire acondicionado por 80.000 pesos hasta hamacas en la arena de la playa por 10.000. Ahora estamos en un hostal por 10.000 (menos de 3 euros) con su piscina y todo. De hecho, ahora mismo, un pájaro con la panza amarilla fluorescente, las alas rojas y una cabeza a rallas blancas (colombiano tenía que ser) se está poniendo tibio con el cloro de la misma.
Mañana contaré mi encuentro en la playa, al amanecer,  con Javier y otro chico cuyo nombre no recuerdo. Dos chicos de Palomino la mar de majos. Yo venía de una noche movidita (perros ladrando, frío, una fiesta en las inmediaciones) y a ellos les estaba bajando un tripi.
Porque, sorpresa, no es la cocaína la droga reina entre la juventud colombiana. Es el LSD. Pero eso, como he dicho antes, lo contaré otro día. 






1 comentario:

  1. Estuve hace poco en Palomino, Colombia. Fue una experiencia maravillosa, quiero volver pronto. La paz y tranquilidad que uno puede disfrutar Palomino te deja como nuevo. Sin embargo estaba lesionado, solo pude estar en el pueblo, me quedé en un hostal en Palomino y no pude ir a otros lados. Que me recomiendas para hacer cerca a Palomino?

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