domingo, 26 de julio de 2015

¡¡¡PIÑATAS, PIÑATAS!!!

Imagina un lugar laberíntico atestado de gente vendiendo cosas absurdas como serpentinas, sombreros de fiesta y cosas así. Pero no en plan Dolce and Gabbana, sino, más bien, como una tienda de artículos de broma atendida por un sepulturero yonki.
Luego llénalo de cientos de cables eléctricos cruzándose, enredados, destrozando el cielo. Añade también un halo de decadencia basado en fachadas grises y sucias, amenazantes, llenas de ventanas rotas e incluso, a veces, tapiadas. Echa a la receta mental un cantidad absurda de imaginería  cristiana nada sutil. Me refiero a cuadros de Jesús en tres dimensiones y cosas así, campando a sus anchas, por doquier. Llénalo todo con decenas de personas 
micrófono en mano intentando vender su mercancía al son de melodías electrolatinas (solo escribir esa palabra hace que me tiemble el pulso) o, casi peor, de música pop colombiana, de esa que ponemos en grupos de face absurdos para ver hasta donde puede llegar el género humano en cuestión de gusto musical. Si te apetece mete un par de llamas, esos entrañables mamíferos lanudos, en la ecuación.
Enhorabuena, está en la parte (norte, sur, oriente u occidente, todavía no me aclaro) de La Candelaria.
Es un lugar horrendo y fascinante a la vez. Me encantó estar ahí. Supongo que es porque de niño quería ser astronauta y, evidentemente, estábamos en otro planeta.

-¡¡PIÑATAS!!, ¡¡PIÑATAS!! ¡¡TODO PARA SU FIESTA!!

-¿Piñatas?- pensamos.-¿Cómo que piñatas?  ¿Todo un barrio, o una zona de un barrio, dedicada a la venta de piñatas? ¿Decenas o cientos de tiendas dedicadas a vender piñatas? ¿No se dan cuenta de que así no?

Y el caso es que si están ahí es por algo. Esta ciudad es tan grande que si se te ocurre otro producto para vender, no sé, más vendible, seguro que ya hay una zona dedicada a él.

Estamos en La Candelaria, sí, pero en una zona oscura y chunga, triste, la que rodea la plaza Simón Bolívar. No lo sabíamos, creíamos que era todo, pero resulta que hay una zona de La Candelaria más rechévere, en la parte alta, llena de artisteo y universidades. Nosotros estábamos en la zona más tirando a Faluya. Y es que aquí cada barrio es una ciudad y puede que te pases un día entero viendo medio barrio, como mucho. No os preocupéis por la seguridad: estaba lleno de policías y era de día. Además, no estuvimos mucho rato y si veíamos una calle con aspecto amenazante dábamos la vuelta. De hecho, nos encontramos con una gente de la casa de telefonía móvil a la que pertenecemos y nos ayudaron un montón con el tema de nuestras tarjetas sim que no conseguíamos hacer funcionar. Uno de ellos, por cierto, estaba la mar de contento viéndonos allí en medio. Parecía un niño en el Zoo. No paraba de reírse el cabronazo, pero me cayó bien porque era una risa abierta, no hacía nada por ocultarla y la compartía con nosotros también, no sólo con sus colegas.
Comimos cerca de allí en un restaurante colombiano, lo que podría parecer una obviedad, no va a ser ruso, pero es que hay mucha hamburguesería y pollo frito tipo Kentucky.



Mi primera inmersión culinaria real. Bandeja paisa: frijoles, yuca, aguacate, plátano frito, panzeta, huevo, arroz, chorizos y algo parecido a carne deshilachada. La cara es por la cantidad.  (Y un poco por la carne deshilachada).

Después de comer fuimos a la plaza que resulta que es el mayor refugio para palomas de todo el universo. A mi nunca me había dado asquete las palomas, pero me dio por darles de comer (uno tiene que regresar a la infancia siempre que pueda que sino se olvida) y no veas. Mas rápido que inmediatamente, cientos de palomas querían llevarse a Javito volando, o quizá arrancarme las orejas, o los ojos, o algo algo peor, si es que eso es posible. La palabra que mejor lo describe es arrrrrg.

                                    Fijaros en la risa. ¿Quien coño se ríe apretando los dientes? Muy bien. Alguien asqueado.



                                     
Mirad el ataque furtivo por la espalda.Eso sin contar que estaba rodeado. Mucho. Muy rodeado.



                                                        A tomar por culo las palomas. 


Fue un momento hilarante y pleno, la verdad. Aunque la risa no dejó de tener tintes nerviosos, estuvimos encanados largo rato, exactamente igual que niños de cinco años.
Después de eso nos subimos al taxi del afán, muy crack el conductor, que nos llevó por la circunvalar (aquí se llama así) a velocidad terminal. Lo que significa que cuando había un espacio libre en la carretera de, por lo menos, cinco metros, era capaz de ponerlo a ciento viente. El muy notas. No sé si quería hacerse el machito o qué. (Van a ver estos turistas como nos las gastamos en Bogotá). El peor taxi hasta ahora, sin duda. De hecho, el único malo.
Llegamos sanos y salvos a casa. Eso es lo importante. 

Ayer no pasó nada en especial, ya que lo dedicamos a buscar piso, excepto un par de cosas que tengo que señalar.

GRÉGORY.

Grégory, pobrecico, era un estadounidense que llevaba trece meses aquí, en Bogotá. Era el marido de una señora cuya abuela era colombiana y por alguna extraña razón, vivía en esta ciudad.  Alquilaba una habitación en su casa, ubicada en uno de esos edificios amarillos que se alzan solos en mitad de una zona devastada. Esa es la palabra. No se me ocurre otra. No es que pasara nada en concreto allí. Pero si la fealdad tuviera otro nombre sería el de ese edificio y alrededores. Oh, Dios mío. Yo miraba aquél lugar intentando poner cara divertida para ayudar a Carla, pero era horrendo. Tan feo que daba la vuelta y se convertía, sino en algo bonito, sí, al menos, interesante. Se podría escribir un tratado antropológico acerca de las razones que llevan a un ser humano a vivir en semejante lugar. Seguramente el título sería, "Porque no me queda otra, gilipollas". Por otra parte,  quiero señalar que hay una cierta unidad estética en tanta fealdad. Si la buscas la encuentras y puede servir para muchas cosas a nivel creativo, pero eso es otra historia. No es que fuera sucio. No era más sucio que otros sitios que hemos visto. Es que era triste y feo y gris y desolado y horrible y decadente y caduco y decrépito y degenerado y arruinado y vencido.  Imaginaros la cara del americano (pelirrojo de ojos claros, con este tipo de gorras chatas que llevan, sobre todo, los pelirrojos de ojos claros) de Miami concretamente, al intentar alquilarnos la habitación. Miami: sol y playa.  ¿Entendéis lo que quiero decir?
Su boca nos hablaba de precios, de las buenas comunicaciones, de las vistas (impresionantes, ciertamente, era un piso alto) pero sus ojos estaban diciendo: ¡Corred, insensatos! ¡No se os ocurra vivir aquí! ¡Tengo un láser apuntándome en la nuca! ¡Me obligan a hacer esto!
De hecho no pude resistirme y (perdonad mi inglés) le dije: 

-Shit man, this is fucking ugly.

-Oh man-me contesto resoplando, como aliviado por no tener que seguir con la farsa- sure, i know.  This is the worst city in Colombia. Everything is ugly, even the rich part.

Yo me refería a tu fucking casa y sus fuckings alrededores, pero, qué demonios, tiene razón. Esta ciudad es, en general, un agujero.
¿Por qué demonios estoy tan contento entonces? Creo que porque aquí viven millones de personas. De oportunidades. Son majos, todos los colombianos que nos hemos encontrado son buena gente. Me refiero con los que hemos tenido un poco de relación. Y, además,  la belleza, cuando se encuentra en mitad de un vertedero, es mucho más especial, importante e imponente.
Salimos de esa casa un tanto desanimados. Subimos a otro taxi camino a la siguiente dirección. El trayecto fue increíble. Sólo me jodió un poco mi propio bajón y ver la carita de Carla, luchando por mantenerse a flote. La verdad es que es la leche, Carla. Es dura como una roca.
El caso es que lo que veíamos encajaba perfectamente con nuestro estado de ánimo. Era como en el cine, que cuando todo va bien hay siempre un sol del carajo, pero en los entierros y en las películas de asesinos siempre está lloviendo. Depósitos de agua en azoteas negras, graffitis muriendo poco a poco, lisiados pidiendo en los semáforos, escaleras de incendio oxidadas, carteles de comercios agostados, polución. La leche, en realidad.
Por cierto, hablando de graffitis. Un día tengo que enseñároslos. Esta ciudad está consagrada al graffiti, están por todas partes y el nivel es épico. Nunca había visto algo así, ni siquiera en Nueva York.
Pero estoy divagando. Como decía,  íbamos en el taxi sumidos en una especie de bajón, pero cuando se viaja las cosas cambian realmente rápido y, cual fue nuestra sorpresa, que el taxi nos llevó a una casa EN FRENTE DE DONDE ESTAMOS AHORA VIVIENDO.
Lo pongo en mayúsculas porque Bogotá es una ciudad de doce millones de habitantes y mil quinientos kilómetros cuadrados. ¿Hola? Mil quinientos ochenta y siete kilómetros cuadrados, concretamente. Valencia tiene ciento cincuenta, para que os hagáis una idea.
Es una casa baja, como un chalet, intrincada, llena de pasillos, escaleras, patios interiores, recovecos y una gran señora muy simpática que se encarga de alquilar habitaciones. Está emplazada (la casa, no la señora) en una calle tranquila, ¡sin tráfico!, en una zona residencial y segura, con todos los servicios que quieras realmente cerca.
No os imagináis el alivio y la alegría que sentimos. Encima era mucho más barata que el cuchitril del pobre, pobre, Grégory. Nuestra habitación es enorme, con baño propio, como un pequeño estudio. Otra ventaja es que podemos alquilarla el tiempo que queramos. Si en un mes vemos algo mejor, cosa que dudo, o más cerca del trabajo de Carla, cosa bien fácil, hasta luego.

A eso me refería cuando hablaba de encontrar belleza en vertederos.

Bien. Son las seis y once de la mañana, domingo, y por primera vez desde que llegamos amanece soleado. Hoy vamos a visitar el barrio artístico de la ciudad, la parte alta de La Candelaria, a ver que onda. Seguiremos informando.

2 comentarios:

  1. Trágico y divertido es este capítulo, como un payaso, y tus palabras brillan en medio de ese mundo fucking ugly... Uff!

    ResponderEliminar
  2. Por alguna fuckin' razón, tenía la fuckin' corazonada de que la búsqueda de madriguera no os iba a llevar muy lejos de donde estáis ahora. Además, que es la fuckin' vida sin las vistas forzosas de cuchitriles que, durante al menos el tiempo que nos dedicamos a verlo, nos imaginamos nuestra fuckin' life de lante de nuestros ojos. Fuckin' increíble. Espero ver pronto ese centro de tormenta al que te has mudado. Más pronto que tarde.

    Esperando con ilusión tu siguiente crónica pulgosa. Hasta entonces, mate!

    ResponderEliminar