miércoles, 29 de julio de 2015

MARLÉN METICULOSA

Tengo un problema. Me despierto por la noche con ganas de escribir. Hay gente que se levanta con ganas de ir al baño. Otros con ganas de fumarse un cigarro. Yo, esta noche, me he despertado a la una, a las tres y ahora, a las 4:30, con ganas de escribir. En todos los casos, lo primero que se me ha pasado por la mente, despejada al instante como un amanecer en la Patacona, es escribir en el blog lo que me pasó ayer. ¿Estaré enganchado? Menuda pregunta, pues claro que si.

Ayer  había sido un buen día, pero en cuanto llegamos a nuestro búnker la alegría se desmadró. Antes había sido lo típico, entregar hojas de vida, el caos, bla, bla, bla. Pero ayer hicimos una cosa que ya tocaba: prescindir de las maletas. Meter nuestras cosas en armarios, la ropa interior en los cajones, la comida en nuestro espacio en la cocina. Es decir, nos instalamos. Hasta ahora no habíamos podido y una sensación de provisionalidad lo impregnaba todo. Anoche limpiábamos los fondos de armario escuchando buena música y nos reíamos por cualquier chorrada. Nunca nos hemos reído con tanta facilidad, bueno si, pero ayer más.
Éramos los mejores humoristas del mundo.

A Carla le está yendo genial con sus prácticas, está contentísima, cosa nada difícil cuando dedicas tu vida profesional a ayudar a los demás. Es un buen punto, ese. Me hace pensar. Está en una fundación (Batuta, se llama) que se dedica a la terapia ocupacional (y otras áreas) y ayuda a personas con discapacidad a hacer su vida un poco mejor.
La verdad es que aquí las personas con discapacidad están bastante más jodidas que es España. Para empezar, no se ven en la calle. No son visibles a no ser que vivan en ella. No sé por qué, pero creo que la sociedad colombiana no está preparada, educada, o lo que sea, para integrarlos en la vida diaria del país. En fin, la fundación Batuta está luchando para cambiar eso. Un aplauso para Carla y la gente como Carla, por favor.
Ayer ya conseguimos usar el  transmilenio sin contratiempos y fuimos directos a dónde queríamos ir. Bueno, yo, a la vuelta de La Candelaria, me pasé una parada, que aquí son diez minutos pateando, pero porque iba leyendo: culpa mía. Leed a Juan Marsé, por favor, es buenísimo. Yo sólo he leído dos libros suyos, Rabo de lagartija y Un día volveré pero voy a leerlos todos. Son dinámicos, nada pretenciosos, cargados de diálogos (lo que siempre agiliza y evita la tentación de poner grandes verdades cosa para la cual tienes que ser un genio o queda fatal) y los personajes son todos, todos, todos, de carne y hueso. Están vivos.
Como decía, ayer, instalándonos, nos partíamos el culo hasta de nuestra sombra mientras escuchábamos música largamente olvidada. Lo cual siempre está bien. Ojalá me acordara de todas las canciones que un día me fliparon. Anda que no mola encontrarse ese CD debajo del asiento del coche y descubrir que es una recopilación tuya de hace cinco años.
Una vez instalados Carla se puso a hacer un trabajo y yo decidí cortarme el pelo. Hace milenios que no me lo corto en una peluquería, puesto que tengo máquina, pero todo el mundo sabe que la gente más parlanchina, si les das pie, son los taxistas y las peluqueras, así que decidí obtener un poco de información y meterme en una  que hay cerca de casa. Buah, increíble. Me daba un poco de cosa, porque  estaba vacía y había una especie de jesucristo zombie clavado en la pared, pero entré. Decisión correcta. La señora, gorda, con expresión austera, seria a más no poder y un pelo a lo Georgi Dann, pero mas aleonado y con mechas. Así era. Me trató como a un hijo, os lo juro. De hecho, ya tengo mami en Bogotá. (No te enfades mami verdadera, es una licencia artística). Para empezar, no paraba de hablar. Por cada corte de tijera, se paraba como cinco minutos para decirme algo. Que si tenía que visitar Antioquia, que era lo mejor del mundo, recheverísima, ¡Con metro y todo! Que si fuera a Boyacá, me dijo también cuando eran fiestas en mil sitios distintos, me habló de política local, de fútbol (se le cayeron las tijeras cuando le dije que no entendía ni papa), del tiempo en Bogotá, de que no pronunciara tanto las eses si estaba en pueblos pequeñitos, que eso es llamar mucho la atención, etc. ¿Como se hace eso? ¿Como se pronuncia poco una ese?  Bueno, la Lonely Planet una basura a su lado.  Me preguntó de todo acerca de lo que quería hacer y me dijo que le llevara una hoja de vida porque muchas veces atiende a empresarios y gente con negocios. Por otra parte, me dejó como un pincel. Si su apellido hubiera sido meticulosa, me lo habría creído. Corte de pelo media hora, marcar la barba y afeitarme ese campo de batalla lleno de obstáculos antitanque que era mi cuello, otra media hora y luego me hizo un masaje en la cabeza mientras me la lavaba. Eso sin contar que me llenó la cara de potingues increíblemente refrescantes, todo por unos seis euros. Carla me llamó dos veces porque habíamos quedado para ir al supermercado.

-Dígale a su esposa (!!!) que las cosas no se hacen a la guachapamba. O sea hacen bien o no se hacen.

 Me encanta que me afeiten con cuchilla. Me gusta la sensación de cómo se van cortando los pelos duros como lápices. El ruido que hace. El roce con la piel. Es como una especie de rudo masaje  Y si lo hacen con cuidado, como esta peluquera que hasta se paraba a respirar, os lo juro, pues más todavía. No hay nada mejor que ver a alguien haciendo bien su trabajo. Además, se llama Marlén, lo cual me parece apropiadísimo para una peluquera. Marlén Meticulosa, a la orden, con mucho gusto. Lo de a la orden lo dicen para todo si están regentando un negocio. Es como nuestro Hola, ¿le puedo ayudar en algo? Sobre todo  lo dicen al llegar o despedirse. A la orden o siempre a la orden. Si les das las gracias te contestan siempre con un a la orden, siempre a la orden, con mucho gusto o siempre con mucho gusto.
Hoy voy a pasar por la peluquería a ver si me deja hacerle una foto a ella y al jesucristo zombie e ilustro esta entrada.
Nada más que contar, a parte de que fuimos al supermercado mientras caía con fuerza la lluvia,  lo cual fue novedoso, porque aquí llueve todos los días, todos, pero sin fuerza y diez minutos cada tres horas o así.

Bueno, como la entrada de hoy ha sido bastante sosa (no todos los días van a pasarnos cosas chachis que contar) os pongo unas cuantas fotos de grafittis, para que veáis a lo que me refería en otras entradas.
Añado algunas más y un vídeo de Monserrate que no me acordaba que tenía.

                                                 Delante Bogotá, detrás naturaleza.


                                                                     ¡Guapa!



                                                       Colores andinos.

                                  ¿Os suenan estos colores? Si es así tenéis sinestesia.











                                        Feria de coches antiguos en La Candelaria.

                                         
                                      El rascacielos más alto de Bogotá, en construcción.

                           No se ve bien, pero lo que hay a mi espalda es un mercado de Pulgas.


                                                      Somos la espada de Bolívar





                           El descanso del Guerrero, después de dos horas echando CV's.


                                                 

              La zona de restaurantes de Monserrat, perdón por la calidad de imagen y de grabación.

4 comentarios:

  1. Un blog muy interesante el tuyo. Te he añadido a mi lista de blogs amigos.
    Suerte.

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  2. Respuestas
    1. ¡¡Muchísimas gracias Irene!! Es genial saber que hay alguien al otro lado.

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