domingo, 3 de enero de 2016

LO MALO DE COLOMBIA

Anoche estábamos en una plaza llena de gente, presidida por una gran iglesia. Es una plaza que se llena de artistas y gente haciendo botellón, así como de familias y niños correteando. Pues bien, estoy dándole un trago a una cerveza, cuando llegan unos policías.

-¿Que haces?-me dice gritando-Deja esa botella ahora mismo.

La dejo, obviamente, y nos levantamos de allí y empezamos a irnos. No queremos problemas, pero cuando estamos unos cinco metros alejados de ellos, me vuelven a gritar.

-¡Eh, tú!, Acompáñanos a la estación.

-¿Cómo?-le digo.

-A la estación. (Comisaría)

Y me doy cuenta de que estoy rodeado de maderos. Sopeso irme corriendo durante un milisegundo. Es estúpido. ¿Que puede pasarme por beber un trago de birra en la calle? Además, Carla, la pobre, está detrás de mí, acompañándome en todo momento, cuando la cosa no va con ella.
 Al que han pillado bebiendo, a pesar de que unas cuatrocientas personas  están haciendo lo mismo, es a mi.
Llegamos a la estación y nos sientan en unas sillas. Uno de ellos empieza a llamarme hijo de puta y a decirle a los compañeros de la estación cosas raras.

-¡Estaba bebiendo al lado de la iglesia!

Todos se hacen los ofendidos, Como si hubiera infringido una ley de forma muy grave. Me miran con cara de asco. En ese punto empiezo a acojonarme de verdad. Empiezo a temblar. A lo mejor es verdad que no se puede beber cerca de las iglesias. Este país es muy religioso. Mucho.

Me levantan y me registran. Hacen lo mismo con las cosas de Carla.

-Ahora vamos a llamar a inmigración.-me dicen.

Carla, un poco más tranquila que yo, les pregunta que cual es el procedimiento, que qué va a pasar.

-Ahora vendrán los de inmigración, le abrirán una diligencia, le esposarán y estará en la cárcel 36 horas mínimo-le cuentan mientras yo empiezo a sentir nauseas-después de ese tiempo habrá un juicio. El resultado depende del juez.

No me puedo creer lo que está pasando. Cuando te pasa algo realmente malo todo se cubre de un halo de irrealidad. Es como una pesadilla. El cerebro se niega a aceptar que minutos antes todo fuera de maravilla y ahora todo sea una especie de viaje cuesta abajo y sin control.

Llaman por radio.

Uno de los polis no para de hablarme de mala manera, muy agresivo.

-Os creéis que podéis hacer lo mismo que en vuestros países, y esto es Colombia. No se puede beber donde la gente ora, "hioeputa". Y delante de niños.

Es el tema religioso y de los niños, ambos repetidos hasta la saciedad, lo que me mosquea.

-Pero está todo el mundo bebiendo. Hay un puesto que hacen cócteles y todo.-dice Carla.

Yo sólo pienso en lamer culos de maderos y que Carla se calle.

Entonces el poli se sienta a mi lado y se acerca demasiado. El código de las distancias salta por los aires. La gente,  sobre todo desconocida, solo se sienta así de cerca cuando quieren hablar sin que nadie más les escuche. Yo veo una luz al final del túnel. Es una luz negra, llena de basura, portadora de una música atroz que explica muchas de las cosas que suceden en este país tan contradictorio y, a veces, absurdo.

-Señor-tiemblo- no quiero faltar al respeto, ni resultar ofensivo, ni nada parecido, pero... ¿Hay alguna forma de solucionar esto?

Y el policía, por llamarlo de alguna forma, no me contesta. Es alto, grande (es una estación antidisturbios, tócate los cojones) y su cara abotargada y llena de protuberancias carnosas está marcada por una verruga horrible que le mancha un párpado y hace que su ojo esté medio cerrado. Es una visión más que fea. Pienso, no sé como, que el tipo se merece un rostro semejante.

-Le puedo dar-digo susurrando porque el momento es crucial- 50.000 pesos. Es todo lo que tengo.

Y el tipo que me ha echado la bronca porque está mal beber cerca de una iglesia junto con cientos de personas más, me dice:

-Bueno-y pone la mano- pero lo hago por colaborar con usted. Y no le cuenta a nadie esto.

Alivio. Alivio instantáneo. Y rabia. En ese mismo momento me doy cuenta de que nos han tomado el pelo, de que era todo un teatro para sacarnos plata. Pero estoy, por otra parte, tan contento, que me la suda.

Después de eso nos vamos al hostal, a encerrarnos en la habitación con aire acondicionado, nerviosos como si nos hubiéramos tomado diez litros de café.

En fin. Había unos cinco polis en la habitación de la comisaría donde nos registraron y TODOS vieron como el gorilaco me sacaba la plata. TODOS vieron como se la daba en la mano.

Ojalá hubiera llevado una cámara oculta. Que sensación, joder, ser el vehículo mediante el cual unos policías corruptos cometen un delito.

En fin. Colombia tiene muchas cosas buenas y muchas malas. La corrupción galopante que sufre este país, es, sin duda, una de las peores. Todo el mundo es consciente, todo el mundo lo dice, pero nadie hace nada.

Colombianos, nadie va a cambiar el sistema si no lo hacéis vosotros.

Podríais empezar ocupando las plazas. Salid a la calle, manifestaros. Tendríais que ser constantes, sacrificar momentos de alegría y de estar haciendo otras cosas más divertidas.

Pero funciona. A la larga, funciona. Os lo dice alguien de un país que también quiere cambiar las cosas y lo está consiguiendo, o eso quiero creer.

Luchad, demonios, levantaos. Tenéis un país maravilloso, enorme, lleno de recursos, de gente increíble. Tenéis el potencial más grande que nunca vi en cualquiera de mis viajes.

Y nadie va a hacer nada por vosotros. Ni los políticos, ni los mercenarios que sirven sus intereses.

Y os lo digo de verdad: parece que no.

Pero se puede.

PD: Escribo esto tras una reflexión de Carla que me ha hecho sentir un poco de vergüenza. No es tan fácil. Aquí, a la gente que se rebela, que dice las cosas como son, la matan.

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