viernes, 6 de noviembre de 2015

DE MIRADAS SANGUINARIAS, PUEBLOS TRISTES Y FRONTERAS OSCURAS. (Parte I)

El viaje de ida fue extrañamente placentero. Para empezar, nada más subir y acomodarme en mi asiento, me quedé dormido. No fue un sueño profundo pero si inesperado. Dormí intermitentemente unas ocho horas. Todo un récord en mi. Sobre todo en un bus.  Al despertar sólo tuve que dejarme llevar por el cambiante y espectacular paisaje y por la elección de mi siguiente lectura. Me había traído unos cuantos libros:
La rebelión de las masas, de Ortega y Cassete, Enrique V de Shakespeare, El sonido y la furia de Faulkner, Cartas de la ayahuasca, de Borroughs y un e-reader con un más de mil libros de todos los tiempos. Resumiendo, estaba a gusto en el bus.
Empecé con el yonki, pederasta (le encantaban los adolescentes) y asesino (mató de un tiro a su mujer en México jugando to ciego a Guillermo Tell) y sus Cartas de la ayahuasca. Fue una lectura de lo más sorprendente, porque habla de latinoamérica y cuenta sus problemas con los papeles y sus estancias en sitios de mala muerte y me sentí bastante identificado.
Total, que después de veinte horas (milagro, esperaba 24) llegamos a la terminal de Ipiales, cerca de la frontera, en el lado colombiano.

Dejemos una cosa clara desde el principio: TODOS los núcleos urbanos medianamente grandes y que no son turísticos que yo he visto de latinoamérica son jodidamente feos y tristes y pobres y sucios. En todos flota una sensación a desesperanza y peligro de la que es difícil sustraerse.  Además, sabes que no es así, pero esos pueblos grandes siempre parecen a medio terminar. Las casas rara vez se pintan, así que sus paredes  muestran el ladrillo al descubierto, sin ningún tipo de enlucido. Pero no ladrillos estrechitos de hipster en paredes de cocina con minibodegas y neveras retro, no. Ladrillo de obra de toda la vida, grande, práctico, naranja, unido por cemento gris. Muchas casas todavía conservan el encofrado en la parte de arriba. Sobresalen de sus tejados largas varas metálicas, como dedos de viejo intentando atrapar el poco oxígeno que sobrevive entre el dióxido de carbono y demás componentes nocivos que expulsan los viejos buses con motores diésel.
Ipiales es eso elevado a la máxima expresión. El caos ensuciado. Miradas torvas. Gente vendiendo cosas que no van a vender en los semáforos. Y una sensación inexplicable pero potente y real: no quiero estar ahí. La culpa la tiene lo que veo, pero también el tipo que está conmigo en el taxi. Me ha hecho la tranca. Venía conmigo en el bus y me había preguntado si viajábamos juntos a la frontera. Estupendo, me dije, así pagaremos la mitad cada uno. Pero no. Lo que pasaba es que el listo (porque es un listo) no llevaba dinero. Vamos,  que me ha hecho una PNL en toda regla, el muy cabrón. No es lo mismo decir "¿Viajamos juntos en un taxi?" que "¿Me das dinero para un taxi?" Vale, le digo, yo tengo que ir igual, así que vente.
¿Verdad que hay gente que desde el minuto uno sabes que no es trigo limpio? Puede que sea un gesto, o la manera que tiene de hablar, o el tipo de mirada. O una combinación de todo ello. El caso es que el color del aura de ese tipo era rojo y azul intermitente, como el que hay en la escena de un crimen.
Bien, llegamos al paso fronterizo. El taxista me lía diciéndome que no hace falta sellar para ir a Tulcán pero no le hago ni puto caso. El tipejo que se ha acoplado a mi no para de decir que hace frío. Estaremos a unos 33 grados más o menos. Eso también me mosquea. No tiene sentido. Si tiene frío de verdad es evidente que le pasa algo a nivel fisiológico. Y si lo que quiere es entablar conversación, algo totalmente innecesario en ese momento, es el peor entablador de conversaciones de la historia.  Bajo del taxi y camino a través del puente que separa Colombia de Ecuador, con el pesado tras de mi, enseñándome una cadena de oro que va a vender. Lo que me faltaba. Ahora si que no quiero que sigas a mi lado, chaval. Pero no sé como decírselo sin ofender, así que, estúpidamente, no le digo nada y el tipo sigue dando la brasa.  En la frontera hay de todo. Vagabundos, perros pulgosos, vendedores ambulantes de productos ambiguos, cambistas de moneda de mirada inyectada en sangre con fajos de miles de dólares en la mano intentando hacer negocio. Un consejo: quítate la capucha y ponte colirio en los ojos, macho. Tener aspecto de secuestrador heroinómano no va a ayudarte mucho a la hora de captar clientes.
Acelero el paso. Voy a la oficina de Ecuador y allí me dicen que tengo que sellar primero la salida de Colombia. Ok, doy media vuelta, atravieso otra vez el puente, hago cola.  Me lo sellan. Voy a Ecuador, hago otra cola, me sellan la entrada. Bien.
Intento dar esquinazo al tipo porque está en otra cola y a mi me han atendido antes. Voy a un baño público y me meto en el retrete. Allí aprovecho para ordenar documentos, contar pasta, separar la imprescindible para volver a Bogotá, y hacer tiempo a ver  si el tipo se pira.  Tardo unos diez minutos. Cuando salgo el tipo no está. Bien, joder, que alivio, ¿Verdad? Mentira. El notas aparece sonriendo con el brazo en alto. Eso quiere decir que me estaba buscando. Que me necesita. De otro modo se hubiera ido.
Oye, me vuelvo para Colombia, le digo mintiéndole.  Así no tiene más opción que decirme sonriendo que buena suerte, pero en sus ojos no existe la mínima sonrisa, lo que hace aumentar mis sospechas. Después de la cortante despedida me voy a cambiar pesos por dólares americanos a uno de esos fulanos que andan con fajos en la mano y vuelvo hacia el lado de Ecuador. He decidido que a tomar por culo, que no tengo que ir mintiendo a desconocidos para deshacerme de ellos. En el lado ecuatoriano me lo vuelvo a ver, con el brazo en alto y su falsa sonrisa, viniendo hacia a mi.

-Al final voy a Tulcán-le digo.

-Voy con usted en el taxi.

Y estoy a punto de decirle que no, cuando veo que queda una plaza libre en uno que va casi lleno y me meto dentro, cual fugaz meteoro, dejando al chaval en la estacada.

-Pero espérese a uno que quepamos los dos.

¿A que viene tanta insistencia? Que le follen.

-No, lo siento, tengo prisa.

-Ah bueno, todo bien- me contesta.

Pero yo sé que no está todo bien. Estoy en sitio de mierda. Está lleno de buscavidas, malandrines varios y gente que a saber que quiere de ti. Es una frontera terrestre, lugar peligroso por definición, donde se practica por huevos el contrabando de sustancias ilegales, entre otras cosas.  No voy a arriesgarme con una persona que desde el principio y por motivos varios me daba un mal karma de la hostia.

El taxi sale. Todo bien, ahora si.

(To be continued...)

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3 comentarios:

  1. Muchas veces los edificios tienen trozos de acero el la parte superior porque mientras se "construyen" no se pagan impuestos. Te daria un cachete aunque me apetece una hostia suprema, que es eso de que me sabe mal?, mandalo a tomar por el culo ignorandolo totalmente, Javi, no escribas cosas que haga preocuparnos por tu inocencia, se pasa mal

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  2. Muchas veces los edificios tienen trozos de acero el la parte superior porque mientras se "construyen" no se pagan impuestos. Te daria un cachete aunque me apetece una hostia suprema, que es eso de que me sabe mal?, mandalo a tomar por el culo ignorandolo totalmente, Javi, no escribas cosas que haga preocuparnos por tu inocencia, se pasa mal

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