lunes, 9 de noviembre de 2015

DE MIRADAS SANGUINARIAS, PUEBLOS TRISTES Y FRONTERAS OSCURAS (Tercera parte)

(Viene de : http://deaventurasporcolombia.blogspot.com.co/2015/11/de-miradas-sanguinarias-pueblos-tristes_7.html )

Porque aquí, sorprendentemente, empieza lo más duro del viaje. Una vuelva de 25 horas sin dormir un puto minuto.  ¿Lo bueno? Que era un bus equipado como un avión transcontinental. Pantalla en el respaldo de delante, decenas de pelis a la carta, enchufe para recargar el e-reader. De hecho, las primeras doce horas fueron tranquilas y apacibles. Incluso paramos un par de veces a comer. A partir de la duodécima hora empecé a ponerme, como decirlo, nerviosillo. Hasta las narices de leer. En total ya me había leído Las cartas de la ayahuasca, Enrique V, medio libro de La voz de las espadas que ya tenía empezado y medio de Antes de que los cuelguen. Me había visto también unas cuantas pelis.
Así que me dio por inaugurar el síndrome Quiero Bajar Ya O Cada Vez Voy A Estar Peor  Aunque Ya Sé Que Pensar Así No Es Para Nada Útil. Pero eso no iba a suceder. Lo que iba a suceder es que el tiempo iba a empezar a colgarse de cada latido de mi corazón como un alquitrán espeso, esparciéndose lenta pero irremediablemente por mis células. Pronto iba a salir rezumando de cada poro de mi piel. Un tic tac solemne, grasiento e interminable, generador de pensamientos deformes. Nunca dejará de maravillarme la percepción que tenemos los humanos del tiempo y la crueldad esencial de su naturaleza. El tiempo pasa lento cuando uno sufre o se aburre y rápido cuando uno se lo está pasando bien. Por otra parte, cuanto más pequeña es la escala de tiempo a analizar, más lento pasa y viceversa. Si  pienso en los últimos veinte años me entra un vértigo de la hostia. Porque, básicamente, todo ha consistido en un parpadeo ininteligible. Estoy pensando seriamente que en mi (muy futuro) epitafio ponga "¿Que coño ha pasado?".
 El paisaje, a ratos verdaderamente espectacular, disminuía la sensación de estar sumergido en el tedio más espantoso.
El bus recorre gran parte de Colombia y atraviesa macizos montañosos gigantescos que se atropellan unos a otros generando abruptas quebradas, cañones en cuyo fondo discurren ríos estrepitosamente hermosos y cascadas vaporosas como sudarios  que surgen de la niebla, o acaso la generen. Fértiles valles llenos a rebosar de cafetales y plataneros. La humedad como argamasa de la vida y a la vez, causa de podredumbre. Es fantástico caer en la cuenta de que la putrefacción es un elemento indispensable para la vida. Aquí se nota más eso. El bosque aquí es más exuberante, caótico, lleno de vida y a la vez podrido que en Europa.  Me pregunto si pasa lo mismo con las personas y si está tan superado el tema según el cual el carácter y la situación general de un país está relacionado directamente con su clima y su entorno. Eso decía Montesquieu hace ya unos cuantos findes. Ahora parece que no. Que lo más importante para determinar esto es la situación política. Yo no estoy tan seguro.
 A través de la ventana del bus veo casas con ondulados techos metálicos, llanuras inmensas plantadas con caña de azúcar y el verde, el verde omnipresente, húmedo y siempre jocoso, riendo en brazos de la lluvia y del sol, que aquí se pasan el día jugando al escondite.  Un inciso. Me doy cuenta de que antes, en la primera y segunda parte de esta entrada, para describir la fealdad de un sitio, he añadido torpemente el adjetivo de pobre y  es un error. Desde el bus puedo ver también decenas de sitios muy pobres, pero bonitos, en la espesura. Cabañas evidentemente construidas por sus dueños, muy humildes, sin apenas comodidades, pero con un encanto y una belleza especiales. Creo que es el marco, la forma de estar integradas en la selva. Supongo que la pobreza es mucho más llevadera allí que en cualquier ciudad, aunque, la verdad, no estoy muy seguro.
En fin, es entretenido ir pensando todas estas cosas mientras observo a través del cristal. Ver como el día se retira poco a poco detrás de las montañas y como estas proyectan sombras que cortan limpiamente la luz anaranjada y lechosa de la tarde.

Pero bueno, eso dura poco, porque pronto se hace de noche y el paisaje desaparece. Entonces sólo quedan los vaivenes del bus, el ruido del motor, el del rozamiento de las ruedas contra el asfalto y los ocasionales ruidos guturales de un pasaje dormido. Hay una señora que ha debido comerse un camello con motosierras de guarnición, porque no veas como ronca la japuta. Parece que le esté dando una parada cardiorespiratoria cada vez que le da por inhalar, a la egoísta. Pues no sería yo quien le ayudara. Sólo hay una cosa peor en este mundo que no poder dormir. Y es que la gente a tu alrededor vaya por la tercera fase REM de la noche. Porque creo que sólo estamos despiertos el conductor (que hace unas seis horas que no descansa) y yo. Lo cual hace todo mucho más desagradable. Empiezo a sentirme como el personaje de un capítulo de X-Files. Es muy sospechoso ser yo el único despierto de todo el bus. ¿Estaré siendo objeto de un experimento gubernamental colombiano? Ni siquiera puedo salir a orinar porque estoy en ventanilla y el notas que está a mi lado duerme como un bendito adicto al opio, el muy cabrón, y tiene una mochila del tamaño de júpiter bloqueando el paso. Tendría que ponerle el culo o el paquete en la cara para salir y no me apetece. A saber que puede pasar si se despierta en ese momento.

La desesperación must go on.


Paso las horas, defragmentadas, deconstruídas, desuputamadre, en una interminable sucesión de intentos de hacerlas más livianas, pero no funciona ninguno. Ya no me concentro en la lectura y la idea de ver una peli se me hace insoportable. Intento dormir pero eso es absurdo. En mi vida he conseguido dormir si de lo que se trata es de intentarlo. Yo duermo cuando me entra el sueño. Y, en ese momento, a pesar de un cansancio aplastante, no tengo nada. Cero. Más despierto que preso en una sala de interrogatorio de los mossos.

El tiempo sigue su curso, lento y desquiciado a la vez, como una serpiente secándose al sol, e igual de venenoso. Carla me manda mensajes de ánimo que son como fesols magics cuyo efecto dura  poco hasta que, finalmente, oh gracias Dios de los buses, llegamos a Bogotá. Alegría de la peor clase, alegría falsa alarma, alegría mi gozo en un pozo, puesto que nada más entrar en la ciudad y tras la nada desdeñable cifra de 24 horas de viaje, descubro que está colapsada. Hay un atasco como sólo aquí pueden existir. Si Dante fuera contemporáneo, un círculo del infierno sería un atasco en  Bogotá, durante la hora punta. Pero que digo, qué hora punta ni qué leches. Eran las cinco y media de la mañana y ya estaba la ciudad colapsada.

En ese sentido Bogotá es un fracaso de ciudad. En serio. Toda la vida, toda la cultura, todas las infinitas posibilidades que brinda la capital de un país enorme y hermoso como es Colombia se van a la mierda el momento que sales de casa y te toca desplazarte. Como sea un poco lejos, estás jodido. Además, hay tanto coche, tanto bus realmente viejo, que hay días que la atmósfera es irrespirable.
Si hace sol y tienes que ir a un barrio cualquiera de Bogotá lejos de los cerros, llévate mascarilla. Por otra parte, la lluvia aquí es la fregona de los dioses. Una auténtica bendición.


En fin, fue la guinda podrida de un pastel de mierda.  Llegar a la ciudad de destino y comerme dos horas más de bus, sin escapatoria alguna, en un mar de coches que avanzan a dos kilómetros por hora.

¿Os cuento algo gracioso? En ese momento empecé a sentir sueño. ¿Os cuento algo más gracioso todavía?
No era yo, era el CO2. Había tanta polución, que el aire acondicionado había empezado a meter aire de mierda (el único disponible por otra parte) en el interior del bus. Era como estar de picnic en el túnel de Peixet Aleixandre.  Y decidí aprovecharlo. Así que creo que dormí una horita gracias al CO2 en medio del atasco.

Después tuve que coger un taxi a casa que me costaría una hora y media más. Si me mordiera las uñas no me quedarían.

Luego llegué a casa y vi a Carla y vi mis cosas y vi que todo estaba bien,  que todo había salido bien. Me alegré tanto de volver a mi pequeño universo que pronto toda la ansiedad y el cansancio desaparecieron para dejar paso a una sencilla alegría que descansaba sobre mi chica y sobre mi, los dos risueños, buscando el abrazo a cada rato, y sobre un desayuno celestial consistente en un sandwich triple de tortilla, queso curado, jamón york y mayonesa.


Había vuelto a casa. Que es otra de las partes más bonitas de viajar.

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