sábado, 10 de octubre de 2015

DE MARIPOSAS ELÉCTRICAS, PARAÍSOS LESIVOS Y PULGOCRACIAS.

Lo mejor que te puede pasar si estás en un bus que recorre 480 kilómetros en once horas es que estés dormido o en una despedida de soltero. Todo lo demás es horrible.
Esta semana hemos estado en San Agustín, patrimonio de la humanidad y reserva de la biosfera. Para llegar no tienes más que coger un autobús en cualquiera de las terminales de Bogotá y rezar para que sea cómodo.  Tras pagar de 40.000 a 55.000 pesos (depende de tu habilidad para regatear) comprobarás que así es. Son buenos buses. Algo normal porque, de lo contrario, serían la causa de alguna que otra masacre de fin de semana.  Y es que viajar por carretera en Colombia sólo es apto para mentes preparadas. Para empezar, paran donde les sale de las ruedas. Y para terminar no hay autopistas. Por lo menos de Bogotá a San Agustín. Ni un kilómetro, joder. Sólo hay carretera general. Y deberían llamarla carretera alférez, como muchísimo. Nota curiosa/surrealista: hay peajes igual. Peajes en una carretera general. No se me ocurre una manera mejor de empezar una revolución en España que poniendo peajes en las carreteras generales. Pero aquí no va a pasar nada. De eso hablaré en otra ocasión, pero nadie aquí va a quejarse organizadamente por algo así, ni por muchas otras cosas.
En fin, el caso es que pasamos en ese estado de duermevela propio de los viajes en bus la mayor parte del trayecto y llegamos al pueblo cansados y muy desorientados. San Agustín, el pueblo en sí, no tiene mucho que ver. Es el típico pueblo colombiano: casas bajas, desorden, mucho comercio y tráfico denso. Tiene un imponente mercado lleno de puestos de fruta y verdura, eso si.
Mercado típico colombiano.
Lo que es realmente hermoso es su entorno, que forma parte de la cordillera andina, en pleno macizo colombiano. Allí tiene lugar el nacimiento del río Magdalena, el más importante de Colombia que, en esos primeros momentos de vida, corretea saltarín y rebelde entre cañones y montañas repletas de asombrosa vegetación. Allí conviven en armonía campesinos cafeteros (con su burro alforjado, su bigote y su sombrero, lo juro) mariposas gigantes y aves rapaces.

LA VIDA HIPPIE NO ES PARA MÍ.

Estos días nos hemos alojado en una cabaña de guadua (bambú colombiano) regentada por Cristian, un hombre de mirada limpia y sonrisa fácil, con unas rastas que llevan arraigando en cabeza treinta años.  La verdad es que no sé que pensar de lo vivido allí. Por un lado fue maravilloso. Nuestra habitación tenía las vistas más espectaculares que se puedan imaginar.
Vistas al río Magdalena.
 La cabaña estaba enclavada en lo alto de un cañón, a los pies de un acantilado, en mitad de un paraíso. De verdad. De esos que salen en la tele y piensas que darías lo que fuera por vivir allí un tiempo. Por contra, el sitio distaba mucho de tener una buena higiene. O regular. O mala. Digamos que Higiene era, para ese lugar, una diosa mitológica o algo así.
La suite presidencial.
No suelen molestarme esas cosas, la verdad. Mientras uno se duche, lave bien sus cubiertos y la comida, puede hacer frente a estas incomodidades. De hecho, viajando, la comodidad es en lo último en lo que pienso. Pero hay un límite. El límite es un lecho de pulgas. Si cuando te levantas tienes picaduras de pulgas, no una, ni dos, sino muchas más, la cosa cambia.
El ambiente, por lo demás, no era ni malo ni especialmente bueno. Era un poco aburrido, a decir verdad.  Aunque, claro, ese era nuestro problema. Allí todo el mundo parecía muy a gusto. Otros viajeros habían hecho un alto en su recorrido para descansar en Cristianlandia. Algunos, unos días; otros, unos meses. Un sueco loco estaba construyéndose su propia cabaña.
Yo soy más activo. Si hubiera tenido algo que hacer allí no me habría importado estar una eternidad, pero no soporto estar sin hacer nada. Podía leer, si, pero yo lo hago al revés. Yo ya leo en mi vida normal. Para mi no es ninguna novedad escoger un sitio agradable y abrir un libro. Tampoco era algo rechévere en aquél momento. Especialmente si mi libro está en un e-reader y no me queda batería. Por otra parte,  allí no había nevera. Si me voy a poner a leer en una reserva de la biosfera que menos que unas cervecitas bien frías. No pido una bandeja de ibéricos, ¿Verdad? Pero allí no había birra tampoco. Y eso le resta puntos a cualquier lugar, así esté uno en los anillos de saturno viendo una lluvia de meteoritos. (Aunque en ese caso es bastante probable que hayas bebido unos litros).

Leyendo El Extranjero: deslumbrante. 
Hubo buenos momentos en las cabañas.
Tocando en el abismo.
Carla, por ejemplo,hizo un arroz de verduras a leña que desapareció de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido. Dejó el pabellón arrocero valenciano a la altura de su merecida fama.
Vitro¿Que?

Cristian aprendiendo la técnica.


 Hecho curioso: encontré un cuadro que representa una escena en la que unos llauros hacían una paella a leña en la albufera de Valencia. Estaba allí, entre mil trastos y lo encontré, precisamente, el nueve de octubre.

Hallazgo el día de la Comunitat Valenciana.
El primer día lo pasamos vegetando. El segundo fuimos de excursión al fondo del cañón, por donde discurre el río. Sólo por ese día ha valido la pena el viaje. Desde el principio supe que iba a ser una dura caminata puesto que se descienden unos 800 metros con una inclinación asesina de rodillas que luego hay que subir, pero el recorrido es tan asombroso que merece la pena. Se va descendiendo por un camino estrecho y serpenteante entre bosques de guadua, cafetales y decenas de especies de árboles y plantas cuyo nombre desconozco. La vegetación es exuberante, desordenada y, en muchos sitios, impenetrable.
Empezamos el descenso.

Caminando entre cafetales.
Exuberante es poco.

Bosque de guadua.


Pero lo que más nos llamó la atención a Carla y a mi fue la cantidad de mariposas que había. Puede resultar anecdótico para un colombiano, pero para nosotros fue sencillamente espectacular. ¿En que momento desaparecieron las mariposas en España? Ya sé que hay, pero verlas es difícil, incluso en sitios como Ordesa. En San Agustín decenas de especies de mariposas distintas, de todos los tamaños y colores, revoloteaban a nuestro alrededor. Eran como flores ebrias y fugaces. El vuelo de una mariposa es errático y está bien que sea así porque nunca te dejan contemplar su belleza plenamente, lo que las hace aún más bellas, como cualquier misterio.
Después de volver sobre nuestros pasos varias veces, atravesar angostos cafetales y maldecir unas decenas de veces a la madre de Juan Valdéz, encontramos el paraíso en la tierra.


Fui a los bosques...
Atención a la cascada.


 Una playa de fina arena grisácea junto a un remanso del río. Enfrente, una cascada estilo lago azul, casi de mentira. Y de repente, el insecto más hermoso que he visto en mi vida. Una mariposa gigante, de más de un palmo, con las alas de azul brillante, casi fluorescente, que resaltaba en aquél paisaje como un juego electrónico. Ese color no lo consigue ni el Photoshop en un buen día.
Estuvimos allí alrededor de dos horas con baño en pelotas incluido. (En peloticas un servidor,  Carla se contentó con mojarse las piernas).  El agua estaba realmente fría y uno nunca sabe que bichos del averno van a trepar por tus cavidades corporales para instalar allí un puesto de avanzadilla, así que el baño fue bastante corto, pero al salir fue como si me hubieran dado un masaje de tres horas. Fuera del agua el ambiente era espectacular. Calorcito, pero sin ser agobiante.
Cuando terminamos el picnic comenzamos el camino de regreso. Madre mía. Duro, duro. Tanto que me jodí una rodilla. No mucho, la verdad, ya estoy bien. Siempre me pasa con la rodilla izquierda. Si la fuerzo, algo se inflama y tengo que dejarla en reposo al menos doce horas. Esta vez fueron veinticuatro. Volvimos a las cabañas y nos duchamos con una magnífica agua a dos grados. Es decir, sobacos, entrepierna, Mordor y para de contar.
Por la noche, tanto Carla como yo estábamos congestionados así que tomamos, según ellos, la mejor medicina a tal efecto: rapé. El rapé es una mixtura de tabaco finamente picado y otras plantas que se esnifa. Bueno, en realidad Cristian nos introdujo una especie de pipa en cada fosa nasal y sopló desde su extremo: no había escapatoria.  Vaya tela. Fue como esnifar el caramelo de menta más fuerte jamás creado, Fisherman's Friends es un sugus de lentejas comparado con eso. Notaba hasta el cráneo. Tanto, que un impulso irresistible de rascarme la cabeza se apoderó de mi. Algo normal, según me dijeron. La congestión desapareció como si me hubiera metido el mar muerto enterito en la tocha, pero volvió a los cinco minutos. Ni Carla ni yo quisimos decir nada para no ofender.

Cristian, dispuesto a soplarme rapé en las fosas nasales. 


Yo, dispuesto a recibirla.


Al día siguiente tuve otro momento casi místico:  me levanté para ver amanecer.









Y de regalo, un vídeo mariposeando. 







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3 comentarios:

  1. Me has dejado sin palabras. Igual te dejo el comentario para que lo sepas.

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  2. Jajjajajja. Gracias Alejandro! La verdad es que fueron unos días increíbles.
    Por cierto, ¿No has visto ninguna falta?
    Un besaco!

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  3. "En San Agustín decenas de especies de mariposas distintas, de todos los tamaños y colores, revoloteaban a nuestro alrededor. Eran como flores ebrias y fugaces. El vuelo de una mariposa es errático y está bien que sea así porque nunca te dejan contemplar su belleza plenamente, lo que las hace aún más bellas, como cualquier misterio"
    Tú no te das cuenta, pero molas ;)

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