sábado, 24 de octubre de 2015

DE LA OFICINA DE ASUNTOS MIGRATORIOS O CÓMO PUEDE SER DE CABRÓN UN HABITANTE DEL INFIERNO.

Día 1. Llegada a las puertas del infierno.

Bogotá es la ciudad más desesperante en la que he vivido nunca. Ya está. Ya lo he dicho. Ya es oficial. Es tan grande, tan compleja, que no es posible organizar nada. Es enternecedor ver a la gente como habla de tal o cual candidato (son elecciones municipales) y escucha los programas de debate en la radio.  Como si sirviera de algo.
Este año se estima que votarán un 40% de rolos. Es el 40% que cree que todavía existen unicornios o que el ser humano es bueno por naturaleza. Lo cual es una desgracia porque en Bogotá cuidad, lo que se dice naturaleza, hay poca. Los alrededores están llenos, eso si. ¿En serio creen que se puede hacer algo aquí? La única solución es a largo plazo y tiene que ver con la educación, como siempre.
Ayer fui en taxi a la cancillería de asuntos migratorios por la circunvalación que rodea Bogotá desde el cerro. Pude ver la nube de humo negro habitual en la que está sumergida la ciudad pero más densa. Tanto, que sólo era posible ver  los edificios más altos. El resto era una mancha gris e informe detrás de una densa nube tóxica. Me resulta imposible entender como alguien que ve eso (y lo ve mucha gente puesto que la circunvalación es una vía bastante usada) quiere criar a sus hijos aquí. Supongo que es, para variar, una imposición de nuestra sociedad libre occidental. Tengo que pagar la hipoteca, tengo que conservar mi trabajo, tengo que....Lo de siempre, vamos.  En fin,  buena idea,  prepararme mentalmente para una burocrática mañana en la oficina de asuntos migratorios mientras veo eso, genial. También llevaba un e-reader. Tremendo error que jamás volveré a cometer, luego lo cuento.
Bien. Lo primero que veo al llegar es dos colas humanas tan serpenteantes y  variopintas que parece eso un estreno en el ABC Park de los 80.  Mierda. Esto me pasa por llegar allí a las diez. No pasa nada, tengo mi e-reader. Empiezo a leer a Abercrombie, un tipo muy bien considerado en la fantasía épica pero que pone cosas como "pasó de él olímpicamente" (en un mundo fantástico lleno de seres extraños, con olimpiadas y todo). Después de una hora, aprox, me toca el turno. La chica que me atiende no está mal pero a pesar de su belleza y su tierna edad tiene cara de haber cagado por última vez en 1932. Da igual Javi, tú sonríe. Es legendaria la utilidad de la sonrisa para ablandar funcionarios, piensas. Pero no. Su mirada tiene arrugas de expresión. De expresión de mala hostia, concretamente. Vale. Dale los papeles y calla la puta boca. Que sea rápido.

-¿A qué vienes?-tiene la voz de un rallador de queso con depresión.

-A pedir una prórroga de mi visado de turista.- digo sonríendo. Todavía tengo las pilas cargadas.

La chica-espectro empieza teclear en el ordenador. Coge el calendario que hay en su mesa y me dice:

-Tu visa ha caducado por un día.

-No puede ser-le contesto-el sello de entrada es del día 22 de julio. Estamos a 20 de octubre. Son tres meses.

-Si pero...

Y ese pero es la llave del infierno en la tierra.

-Si pero-dice- el permiso son 90 días, no tres meses.

Y no es lo mismo, carajo. Es una lección que aprendemos, por lo visto, un gran porcentaje de personas con visado de turista. Muy bien. ¿Y ahora que hago?

-Le voy a mandar al tercer piso, para que hable con un abogado.

Espera, espera, espera. ¿Abogado?

Bueno, digo para mis adentros intentando tranquilizarme, Colombia es el país de los abogados. ¿Con quién iba a hablar sino? Subo al tercer piso y me encuentro con una cola delante de un escritorio. Pasa media hora, se me apaga el e-reader que no había cargado, genial. Una hora, hora y media, dos. Yo ahí, de pie, el hombre más paciente del mundo. Finalmente me toca el turno y algo parecido a un ser humano pero con los ojos más desconfiadamente cerrados a la par que saltones que he visto en mi vida,  me dice:

-Ya no hay tiempo para atenderle,  vuelva mañana a las ocho con esta diligencia.

Pienso en John Ford y en su puta madre. Pienso en un apache arrancando la maldita cabellera del funcionario. Vale.  Cuatro horas sin resultado. No pasa nada. Mañana estaré preparado. Llegaré a las 8.

Día 2. Cerbero abre las puertas.

A las 8 del día siguiente hay una cola que parece que regalen iphones a los primeros dos millones de colombianos. Mierda. Quien me conoce sabe que no lo llevo bien, lo de las esperas. No soy paciente. La caja de los supermercados me pone nervioso, por ejemplo. He tenido deseos de matar abuelas muchas veces en el Mercadona. No pasa nada, esta vez tengo el e-reader bien cargado. Sonrío. Naturalmente, voy a descubrir mas tarde que el aparato tiene la autonomía energética de un foca en el sáhara: 4 horas y está muerto.  Aún así, debería ser suficiente, ¿No?
No.
 Ese día ya sabía dónde ir así que me ahorro la cola de información. De todas formas tengo unas 20 personas delante. Abren las puertas y suben un montón por el ascensor. Yo les adelanto por las escaleras y me hago el sueco en la cola de arriba. (No soy yo, es el sistema). Una hora más tarde me atiende un señor normal (seguro que es nuevo aquí) ,se queda la diligencia que me habían dado el día anterior y me dice:

-Siéntese en la sala, ahora le llamarán.

En Colombia  "ahora" es la unidad de tiempo que abarca desde el Big Bang hasta el domingo a las doce de la noche.

Las salas de espera son la confirmación práctica de la teoría de que el ser humano es el único animal que pierde el tiempo. Jamás he visto a ninguna jirafa perdiendo su tiempo de jirafa. Nunca.

En fin, no pasa nada. Estoy preparado. Llevo mi e-reader.  Me meto en el libro fácilmente una hora y media, más o menos. De vez en cuando salgo de mi mundo para afinar el oído por si me llaman, que no se me pase.
Pasadas las dos horas concentrarme resulta más difícil. Intercambio periodos de lucidez lectora con distracciones varias. La familia de ecuatorianos con hijos a la espalda. La amazona de Europa del norte. En realidad no sé de dónde es, pero vamos, parece noruega o finlandesa o la hija de Odín. Es alta, rubia, zamarraca. Pantalones cortos, trenzas largas.  Le falta el caballo, un hacha a dos manos e ir vestida con piel de karibú.
El tipo que parece Adolf Hipster. Lleva bigotito del tío Adolf, el pelo rapado por los lados pero frondoso por arriba, agujeros en las orejas por los que cabría un transbordador espacial, pantalones vaqueros de pitillo y una chaqueta estilo Oscar Wilde.
Pasan unas tres horas.
Me llaman. Bien.

Y ahora tengo que describir a un ser humano que, haciendo buen uso de mi extenso conocimiento del latín, he catalogado como:

"Humanus Mesudalapollatuvitae Horríbilus"

Se trata de un ser insensibilizado tras años de vida en brazos de la burocracia más absurda. Se cree un tiburón pero no es más que un pequeño pez gris. Los verdaderos tiburones son las normas, los impresos y los procedimientos que pone en marcha.  No tiene emociones, no tiene sentimientos, no tiene vergüenza, no parpadea, no se rasca, no hace más movimientos que los necesarios, no reacciona ante estímulos externos y, sobre todo, no empatiza. Los años en ese puesto de trabajo van destruyendo sus neuronas espejo hasta que su expresión adquiere la vida de un cementerio de coches.
-Tiene que pagar una multa. Vaya al banco. Cuando regrese le hago un salvoconducto para salir del país.-me dice con una voz inquietantemente parecida a la del tenor Stephen Hawking.

-¿Perdón?

-Tiene que salir del país en 15 días.

-¿Pero no puedo pagar la multa y ya está?

-No. Tiene que salir del país. O hacerse una nueva visa en la cancillería, pero no tienen por qué dársela.

-¿De qué depende?

Y en una respuesta tan críptica como preparada me suelta:

-Es a discreción del ministerio.

-¿Y es una cosa u otra? ¿O visa que no es seguro o salir del país?

-Si.-y entablamos un duelo de miradas que el funcionario ya ha ganado miles de veces antes.


CONTINUARÁ....
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sábado, 10 de octubre de 2015

DE MARIPOSAS ELÉCTRICAS, PARAÍSOS LESIVOS Y PULGOCRACIAS.

Lo mejor que te puede pasar si estás en un bus que recorre 480 kilómetros en once horas es que estés dormido o en una despedida de soltero. Todo lo demás es horrible.
Esta semana hemos estado en San Agustín, patrimonio de la humanidad y reserva de la biosfera. Para llegar no tienes más que coger un autobús en cualquiera de las terminales de Bogotá y rezar para que sea cómodo.  Tras pagar de 40.000 a 55.000 pesos (depende de tu habilidad para regatear) comprobarás que así es. Son buenos buses. Algo normal porque, de lo contrario, serían la causa de alguna que otra masacre de fin de semana.  Y es que viajar por carretera en Colombia sólo es apto para mentes preparadas. Para empezar, paran donde les sale de las ruedas. Y para terminar no hay autopistas. Por lo menos de Bogotá a San Agustín. Ni un kilómetro, joder. Sólo hay carretera general. Y deberían llamarla carretera alférez, como muchísimo. Nota curiosa/surrealista: hay peajes igual. Peajes en una carretera general. No se me ocurre una manera mejor de empezar una revolución en España que poniendo peajes en las carreteras generales. Pero aquí no va a pasar nada. De eso hablaré en otra ocasión, pero nadie aquí va a quejarse organizadamente por algo así, ni por muchas otras cosas.
En fin, el caso es que pasamos en ese estado de duermevela propio de los viajes en bus la mayor parte del trayecto y llegamos al pueblo cansados y muy desorientados. San Agustín, el pueblo en sí, no tiene mucho que ver. Es el típico pueblo colombiano: casas bajas, desorden, mucho comercio y tráfico denso. Tiene un imponente mercado lleno de puestos de fruta y verdura, eso si.
Mercado típico colombiano.
Lo que es realmente hermoso es su entorno, que forma parte de la cordillera andina, en pleno macizo colombiano. Allí tiene lugar el nacimiento del río Magdalena, el más importante de Colombia que, en esos primeros momentos de vida, corretea saltarín y rebelde entre cañones y montañas repletas de asombrosa vegetación. Allí conviven en armonía campesinos cafeteros (con su burro alforjado, su bigote y su sombrero, lo juro) mariposas gigantes y aves rapaces.

LA VIDA HIPPIE NO ES PARA MÍ.

Estos días nos hemos alojado en una cabaña de guadua (bambú colombiano) regentada por Cristian, un hombre de mirada limpia y sonrisa fácil, con unas rastas que llevan arraigando en cabeza treinta años.  La verdad es que no sé que pensar de lo vivido allí. Por un lado fue maravilloso. Nuestra habitación tenía las vistas más espectaculares que se puedan imaginar.
Vistas al río Magdalena.
 La cabaña estaba enclavada en lo alto de un cañón, a los pies de un acantilado, en mitad de un paraíso. De verdad. De esos que salen en la tele y piensas que darías lo que fuera por vivir allí un tiempo. Por contra, el sitio distaba mucho de tener una buena higiene. O regular. O mala. Digamos que Higiene era, para ese lugar, una diosa mitológica o algo así.
La suite presidencial.
No suelen molestarme esas cosas, la verdad. Mientras uno se duche, lave bien sus cubiertos y la comida, puede hacer frente a estas incomodidades. De hecho, viajando, la comodidad es en lo último en lo que pienso. Pero hay un límite. El límite es un lecho de pulgas. Si cuando te levantas tienes picaduras de pulgas, no una, ni dos, sino muchas más, la cosa cambia.
El ambiente, por lo demás, no era ni malo ni especialmente bueno. Era un poco aburrido, a decir verdad.  Aunque, claro, ese era nuestro problema. Allí todo el mundo parecía muy a gusto. Otros viajeros habían hecho un alto en su recorrido para descansar en Cristianlandia. Algunos, unos días; otros, unos meses. Un sueco loco estaba construyéndose su propia cabaña.
Yo soy más activo. Si hubiera tenido algo que hacer allí no me habría importado estar una eternidad, pero no soporto estar sin hacer nada. Podía leer, si, pero yo lo hago al revés. Yo ya leo en mi vida normal. Para mi no es ninguna novedad escoger un sitio agradable y abrir un libro. Tampoco era algo rechévere en aquél momento. Especialmente si mi libro está en un e-reader y no me queda batería. Por otra parte,  allí no había nevera. Si me voy a poner a leer en una reserva de la biosfera que menos que unas cervecitas bien frías. No pido una bandeja de ibéricos, ¿Verdad? Pero allí no había birra tampoco. Y eso le resta puntos a cualquier lugar, así esté uno en los anillos de saturno viendo una lluvia de meteoritos. (Aunque en ese caso es bastante probable que hayas bebido unos litros).

Leyendo El Extranjero: deslumbrante. 
Hubo buenos momentos en las cabañas.
Tocando en el abismo.
Carla, por ejemplo,hizo un arroz de verduras a leña que desapareció de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido. Dejó el pabellón arrocero valenciano a la altura de su merecida fama.
Vitro¿Que?

Cristian aprendiendo la técnica.


 Hecho curioso: encontré un cuadro que representa una escena en la que unos llauros hacían una paella a leña en la albufera de Valencia. Estaba allí, entre mil trastos y lo encontré, precisamente, el nueve de octubre.

Hallazgo el día de la Comunitat Valenciana.
El primer día lo pasamos vegetando. El segundo fuimos de excursión al fondo del cañón, por donde discurre el río. Sólo por ese día ha valido la pena el viaje. Desde el principio supe que iba a ser una dura caminata puesto que se descienden unos 800 metros con una inclinación asesina de rodillas que luego hay que subir, pero el recorrido es tan asombroso que merece la pena. Se va descendiendo por un camino estrecho y serpenteante entre bosques de guadua, cafetales y decenas de especies de árboles y plantas cuyo nombre desconozco. La vegetación es exuberante, desordenada y, en muchos sitios, impenetrable.
Empezamos el descenso.

Caminando entre cafetales.
Exuberante es poco.

Bosque de guadua.


Pero lo que más nos llamó la atención a Carla y a mi fue la cantidad de mariposas que había. Puede resultar anecdótico para un colombiano, pero para nosotros fue sencillamente espectacular. ¿En que momento desaparecieron las mariposas en España? Ya sé que hay, pero verlas es difícil, incluso en sitios como Ordesa. En San Agustín decenas de especies de mariposas distintas, de todos los tamaños y colores, revoloteaban a nuestro alrededor. Eran como flores ebrias y fugaces. El vuelo de una mariposa es errático y está bien que sea así porque nunca te dejan contemplar su belleza plenamente, lo que las hace aún más bellas, como cualquier misterio.
Después de volver sobre nuestros pasos varias veces, atravesar angostos cafetales y maldecir unas decenas de veces a la madre de Juan Valdéz, encontramos el paraíso en la tierra.


Fui a los bosques...
Atención a la cascada.


 Una playa de fina arena grisácea junto a un remanso del río. Enfrente, una cascada estilo lago azul, casi de mentira. Y de repente, el insecto más hermoso que he visto en mi vida. Una mariposa gigante, de más de un palmo, con las alas de azul brillante, casi fluorescente, que resaltaba en aquél paisaje como un juego electrónico. Ese color no lo consigue ni el Photoshop en un buen día.
Estuvimos allí alrededor de dos horas con baño en pelotas incluido. (En peloticas un servidor,  Carla se contentó con mojarse las piernas).  El agua estaba realmente fría y uno nunca sabe que bichos del averno van a trepar por tus cavidades corporales para instalar allí un puesto de avanzadilla, así que el baño fue bastante corto, pero al salir fue como si me hubieran dado un masaje de tres horas. Fuera del agua el ambiente era espectacular. Calorcito, pero sin ser agobiante.
Cuando terminamos el picnic comenzamos el camino de regreso. Madre mía. Duro, duro. Tanto que me jodí una rodilla. No mucho, la verdad, ya estoy bien. Siempre me pasa con la rodilla izquierda. Si la fuerzo, algo se inflama y tengo que dejarla en reposo al menos doce horas. Esta vez fueron veinticuatro. Volvimos a las cabañas y nos duchamos con una magnífica agua a dos grados. Es decir, sobacos, entrepierna, Mordor y para de contar.
Por la noche, tanto Carla como yo estábamos congestionados así que tomamos, según ellos, la mejor medicina a tal efecto: rapé. El rapé es una mixtura de tabaco finamente picado y otras plantas que se esnifa. Bueno, en realidad Cristian nos introdujo una especie de pipa en cada fosa nasal y sopló desde su extremo: no había escapatoria.  Vaya tela. Fue como esnifar el caramelo de menta más fuerte jamás creado, Fisherman's Friends es un sugus de lentejas comparado con eso. Notaba hasta el cráneo. Tanto, que un impulso irresistible de rascarme la cabeza se apoderó de mi. Algo normal, según me dijeron. La congestión desapareció como si me hubiera metido el mar muerto enterito en la tocha, pero volvió a los cinco minutos. Ni Carla ni yo quisimos decir nada para no ofender.

Cristian, dispuesto a soplarme rapé en las fosas nasales. 


Yo, dispuesto a recibirla.


Al día siguiente tuve otro momento casi místico:  me levanté para ver amanecer.









Y de regalo, un vídeo mariposeando. 







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jueves, 1 de octubre de 2015

DE NARCOTURISTAS URIBISTAS, OBSERVATORIOS MILENARIOS Y LUNAS SANGRIENTAS

Era una sirena antiaérea. De esas que son aullidos interminables destinados a avisar de un bombardeo y, de paso, hacer trizas la paz de espíritu de los más valientes. Y sonaba por todas partes.  Un momento estábamos tocando alegremente la guitarra y unos instrumentos de percusión a 3000 decibelios sin molestar a nadie y al segundo siguiente sonaba aquella sirena.
Yo miraba desconcertado a diestro y siniestro, sin entender una mierda lo que estaba pasando. Chema, Mike y Carla miraban a los demás igualmente cariacontecidos.

-Pero que coño...-dijo alguien.

Explicación: el vecino, un famoso arquitecto colombiano, ungido en premios varios y ejemplo social donde los haya, ha instalado sirenas antiaéreas alrededor de nuestra casa, para joder las fiestas si se tercia. Lo que suele ser cada fin de semana. Sé lo que estáis pensando: menuda estaban liando. Pues no. Eran las siete de la tarde del sábado y tampoco armábamos tanto escándalo. Lo que pasa es que el tipo está loco. O esta casa lo ha enloquecido, que también es posible. Según cuenta la leyenda aquí antes se organizaban fiestas de cientos de personas haciendo el gremlin por doquier. Aún así no es normal instalar un sistema acústico contra-festival  cuya potencia haría enrojecer de pura rabia a los técnicos de sonido de un concierto de Sepultura. Eso se escuchaba hasta en Cartajena de Indias.  El tipo debía sufrir bastante al lado de su propia instalación, porque, de vez en cuando, la sirena callaba para dejar paso a sus gritos, similares a los que hacen los bonobos en las selvas húmedas de áfrica en época de apareamiento.

-¡Narcoturistas!-decía chillando como si estuviera haciendo gárgaras con cristales.

Lo cual me ofendió, y bastante. No me gusta que me llamen turista.

-¡Uribistas!-gritaba a modo de insulto.

Eso fue sorprendente porque la forma de actuar del hombre era la de un paramilitar, ya sabéis, el juguete action man preferido del ex-presidente. Y nadie insulta echando mano de su modelo ético. Lo dicho, muy raro.
En fin, que nos jodió la fiesta antes de que empezara. Nos tuvimos que trasladar a otro patio, sin música y mirándonos los caretos, todos callados. Estábamos unas quince personas, muchas desconocidas entre sí, sentadas en círculo.

-Hola, me llamo Pulgas y soy alcohólico.

En ese plan.

LA VISITA DE FILI.

Fili llegó un martes y todavía no se ha ido.

Bueno, se ha ido ya, vale, pero sospecho que va a tardar en irse de mis conversaciones con Carla.
Fili es un superconductor de energía positiva. Un tipo avispado, rápido en el humor, cuya perspectiva cómica es su forma de decir las cosas, pausada pero enérgica, con una especie de sofisticada campechanería que lo hace único.

También es un guaperas. Y un ligón. Filigón, le voy a llamar.

Hacía unos cuatro años que no lo veía y a los cinco minutos de estar con él me dio la impresión de que habíamos quedado la noche anterior para hacer el idiota.
A parte de eso se nota que tiene una cabeza llena de cosas, todas ahí jugando al Twister, y un sistema propio de enfrentarse a la vida y a  los idiotas perdidos.
Hicimos todo lo que dos viejos amigos pueden hacer tras largo tiempo sin verse: beber, reír, criticar al universo y construir castillos en la estratosfera.

En casa, hiteando. 
Me alegré mucho de verlo y me dio la impresión de que hemos regado abundantemente la semilla de nuestra amistad, que estaba bien porque es de secano, pero de vez en cuando también hay que atenderla. Digo semilla porque sembramos varias ideas en el aire fresco de Villa de Leyva.
Vale, el aire no es un buen sustrato. Casi nunca da frutos. Pero si los da, son los mejores. Antitele TV: la televisión patética. Atentos en el futuro. No puedo dar más pistas que Carla, nuestra productora ejecutiva, puede matarnos. Sólo deciros que ya tenemos patrocinadores.  Tofu Mao, Miel Da y pacharán Más de Mil años.

La plaza más grande de Colombia
VILLA DE LEYVA

Villa de Leyva es un pueblo situado en el  departamento de Boyacá.  Su estilo colonial perfectamente conservado (o restaurado) y su emplazamiento en un llano a los pies de una imponente cordillera,  atraen a cientos de turistas colombianos cada día ávidos de naturaleza, excursiones a caballo, quads y toda esa vaina. Extranjeros vi pocos, la verdad. Es una especie de Altea, por lo cuco del asunto, pero sin mar y sin alemanes chancleteros calcinados deglutiendo helados de La Jijonenca.

Paseo por el centro.

Fuimos al pueblo en una furgoneta alquilada acompañando a un grupo de colombianos la mar de majos que nos invitaron a su aventura y en todo momento se mostraron amistosos y amables con nosotros.
Es curioso como la disposición al entendimiento puede llegar a hacer que la convivencia con una persona totalmente opuesta  a tu forma de ser y de pensar pueda llegar a ser cordial e, incluso, interesante. Al menos durante un tiempo.

En un chiringuito con gran variedad de nada en mitad de la nada.
He estado reflexionando mucho acerca de cómo describir a esta persona, puesto que somos amigos de facebook, puede que lea esto y, a pesar de ciertos pensamiento insanos que, para mi, genera su mente, se portó en todo momento bien con nosotros.
No diré su nombre y evitaré el humor, pero es preciso describirla. Sino ¿Para que viajo?

Esta persona decía, por ejemplo, que la forma de acabar con los pobres (no con la pobreza, con los pobres, ojo) era esterilizarlos. Decía también que tenía  que casarse con una persona rica, porque tenía muchos gastos. Describiendo el movimiento 15m, cuando dije que miles de personas se habían echado a la calle y habían ocupado las plazas me interrumpió diciendo:

-¡Agua!. ¡A esos hay que echarles agua!

Le salió del alma. Creo que no era capaz de entender qué significa la lucha social para los más desfavorecidos de un país. A sus ojos, las manis, las huelgas y toda esa vaina, deben ser instrumentos del diablo. Porque es bastante religiosa. Mucho.  Hasta el punto de decir que la esperanza de vida era mayor en los tiempos del diluvio: 120 años, croquetamente. Éramos bastante recios, por lo visto. De hecho, a partir de lo de Noé (las moscas, pa qué) no hemos vuelto a levantar cabeza.
Al mismo tiempo era capaz de relacionar los ritos chamánicos con el mal y alabar las bondades del rito cristiano del matrimonio. Me fascinó esa asociación, porque una cosa es no creer en algo, aunque forme parte de las raíces originales de tu cultura, y otra, asociarla al mal.

Es una cosa que me asombra de Colombia. En muchas ocasiones, cuando se habla de los españoles en la época del genocidio, se nota, ejem, cierto recelo. Sin embargo, muy pocos se plantean su relación con el cristianismo. Son muchísimo mas beatos que en España. Mucho, es de aquí a Jerusalen un millón de veces. Ida y vuelta. Haciendo el pino. Con una mano. Dando saltitos. Sin poder decir hop, hop, hop.

De todas formas, todas estas opiniones,  realmente asombrosas,  no impidieron que disfrutáramos todos de nuestra mutua compañía. De excursiones y cervezas, de partidas al Dixit, de risas constantes. A eso me refería con lo de la disposición al entendimiento. En realidad, es muy fácil. Sólo hay que renunciar a parte del ego durante un tiempo. O emborracharse.

 Han sido dos día cojonudos.  Gracias Paola, Lina, Juan, Sara y Alejandro, por dejarnos formar parte de vuestro viaje.





Fili ligando con Carla en mi presencia. 



Momentos después de ser estafados. 

Visitamos también un observatorio (estelar) Miusca de 4000 añitos de nada. Había un calendario hecho de monumentos líticos dispuestos de forma que su sombra indicaban a los Miuscas todo tipo de eventos relacionados con su vida, que giraba en torno a la agricultura. Por ejemplo, cuando se plantaba o se cosechaba. Allí me enteré que el ciclo de la luna dura exactamente lo mismo que la menstruación de la mujer. Lo que no sabía es que al día siguiente la luna llena iba a volverse roja como la sangre.

Pero eso es otra historia y la contaré más adelante.

                                                         Legión de adeptos gentrificados:


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