miércoles, 23 de septiembre de 2015

DE AMIGOS, LAGOS MÍTICOS Y UNA SIRENA ANTIAÉREA

Dos semanas y dos días sin escribir en el Blog. Imperdonable. ¿Por qué? En parte por mi curro de redactor, pero es que también han pasado muchas cosas estas dos semanas...

La casa de la magia ya no es tan mágica. Sigue siendo genial el sitio, pero hay unas cuantos desequilibrios en el Karma que merecen la pena ser señalados.

Está en lo alto de la candelaria. Sólo es posible llegar a mi casa escalando una cuesta de un 135% de inclinación. O eso me parece a mi. Eso es bueno porque no llega toda la contaminación de esta cancerígena ciudad y malo porque cada vez que quiero salir de casa tengo que prepararme mentalmente para la vuelta. Parece que me esté preparando un ironman, maldita sea.

El casero es buen tipo, todo felicidad, tan feliz que se la suda prácticamente todo. Llevo dos semanas pidiéndole una sartén. No una batería de cocina, no. Una sartén. Se ve que el tipo está experimentando con algún tipo de material adhesivo para la NASA o algo así, porque, en serio, cocinar cualquier cosa en cualquier sartén de esta casa es jugar con la precaria estabilidad mental que como ser humano tiene cualquier cocinero.

La ducha. Si Satanás fuera ecologista, habría inventado esta ducha. Bueno, todas las duchas colombianas que he tenido el lujo de experimentar.  Es un sistema según el cual cuanto menos agua usas, más caliente sale. Ingenioso, ¿Eh? Se gasta poco. ¿Eh? ¡ES UNA PUTA MIERDA! Si quieres tener suficiente agua caliente  para que no desaparezcan tus genitales en la dimensión desconocida, no sale ni un triste chorro de caudal, con lo cual el frío viene del aire que te rodea. Así que decides poner un poco más de agua, me cago en Colón, pero entonces te arrepientes porque sabes que va a caer agua fría y vuelves a cortar el chorro para que salga más caliente, pero ya es tarde, una ráfaga de agua fría te comes fijo, como que te llamas MECAGOENDIOX. Así que sales de la ducha enjabonado y deseando segar vidas al azar. Todo esto bien temprano, durante la competición matinal de A Ver Quién Ocupa Los Baños Antes  Y Los Deja Más Guarros.

Hace dos fines de semana llegaron de fiesta TODOS los habitantes de la casa, menos Edgar, el Miyagi colombiano. Se pusieron en el patio de dentro a liarla de mañaneo. Risas, guitarra, gritos, vasos que se rompían, en fin, todo ese tipo de sonidos disruptivos agradables de oír mientras retozas dormido en tu cálida cama a las seis de la mañana de un domingo.
Naturalmente, salí a ver si se callaban. Pero no.  Cachis en la mar.
Bueno, no pasa nada. La venganza es un plato que se sirve depende de dónde lo comas.

UNA RÁFAGA DE AIRE FRESCO

El martes llegaron dos amigos de Valencia. Chema y Mike. También conocidos como señor Manatee y Mr.Cerbatana. La verdad es que han sido una alegría constante, una disrupción agradable en nuestra colombiana rutina.

Llegaban el martes a las 15:50 al aeropuerto y esa era toda la información que teníamos. Tanto yo, como ellos. ¿Para qué más? ¿Para que darles nuestra dirección en Bogotá o nuestro móvil colombiano? Si hubiéramos hecho eso no los habrían retenido más de una hora en inmigración del aeropuerto y yo no tendría nada que escribir ahora. ¿Que tuvieron que reservar una habitación de hotel por sesenta euros? Minucias. Este párrafo no tiene precio. Además, Chema vació su tarjeta y no le cobraron un mísero peso.
La cara de olla express que se gastaba cuando se abrieron las puertas de la terminal y apareció junto con la de Mike, que parecía a punto de cazar una pantera, tampoco tiene precio.

Por lo demás todo ha ido sobre ruedas. Les enseñamos nuestro barrio y sus alrededores, probaron la chicha, mil comidas colombianas, incluso tuvimos un leve accidente de autobús cuando dos conductores quisieron pasar al mismo tiempo por un sitio estrecho, al más puro estilo Quita Tú, No, Tú.

Ups.


GUATAVITA.

Guatavita es un pueblo que no existe. Para ser exactos si que lo hace: bajo las aguas del gigantesco pantano que abastece de agua a Bogotá. Ahora una versión muy bonita pero algo falsa ha sido trasladada a una parte alta, a los pies del pantano. Es algo completamente diferente al caos sucio y acorralante de Bogotá. En Guatavita puedes mirar a lo lejos, respirar profundamente, ver el color blanco en las paredes o cualquier otro lugar. Hay llanuras intercaladas por colinas muy distantes entre sí. El verde, en decenas de tonalidades,  es el color soberano. Los alrededores de Guatavita son asombrosamente parecidos a los montes astures o cántabros.

La Asturias colombiana. 

El norte está en muchos sitios. 


Vacas aquí y allá paciendo más tranquilas que la hierba que comen, caserones emplazados en pendiente cuyas chimeneas emiten al cielo sus columnas de humo negro y danzante.
Guatavita la nueva.  Muy cuca ella. Demasiado.

Nos alojamos en un hostal hermoso por fuera y deprimente por dentro que estaba a las afueras del pueblo, cosa la cual nos gustó porque por esa parte todo era más auténtico. Gallinas a su aire, perros ladrando a lo lejos y alguna que otra persona apresurando el paso hacia las casas cercanas al lago. El ambiente estaba cargado de sonidos y olores propios del mundo rural. Es curioso, ese conjunto de sonidos y olores es un idioma universal. La vida en el campo es igual en China, en Colombia o en España.  Por la mañana canta el gallo, se escuchan los cencerros y el aire huele a leña y rastrojo quemado. El ruido de un tractor que pasa cerca del bar. Los saludos mecánicos que le ofreces al vecino que llevas viendo cada día durante los últimos treinta años.  Los perros jugando con algún despojo. Siempre es igual, en Teruel o Guatavita.

Al día siguiente de llegar fuimos hasta la laguna origen de la leyenda del Dorado. ¿Cual es la historia? Resumiendo mucho la cosa. Resulta que había un pueblo, el Muisca. Cada vez que moría el cacique del pueblo, su sucesor debía hacer el siguiente ritual.

Balsa ceremonial de oro, exhibida en el Museo del Oro de Bogotá.


...En aquella laguna de Guatavita se hacía una gran balsa de juncos, y aderezábanla lo más vistoso que podían… A este tiempo estaba toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudaban al heredero (...) y lo untaban con una liga pegajosa, y rociaban todo con oro en polvo, de manera que iba todo cubierto de ese metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba a los pies en medio de la laguna, seguíanse luego los demás caciques que le acompañaban. Concluida la ceremonia batían las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comenzaban la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia quedaba reconocido el nuevo electo por señor y príncipe.

Y claro, a los españoles, cuando les contaban esto, se les hacían agua las orejas.  Así que buscaron la laguna infructuosamente durante años, sin encontrarla. De hecho, los indígenas daban falsas indicaciones y los mandaban a fer la ma, o lo que es lo mismo, al quinto guayábano. Ale, chaval, vete con tu armadura de placas a través de esta selva montañosa y descubre el verdadero significado de la palabra impenetrable. Caían como moscas presas del hambre, la debilidad y toda la colección de enfermedades misteriosas chachipiruli que te pueden atacar porque sí por estos lares si no llevas una buena alimentación, una higiene adecuada y un Delorean para ir a vacunarte a los ochenta. 


Imaginad el ritual en la noche.



Pero, ¿Qué pasó al final? Increíble, pero cierto. Digno de guión cutre de Hollywood. Una chica Muisca se enamoró de un oficial español y le contó donde estaba la laguna.  Seguro que es una figura muy querida entre los de su pueblo. La muy.
El resto es una historia de conquista, muerte y saqueo.
Quisieron desecar la laguna, primero a capazos, en serio. Seguramente eran vascos. Más tarde cortando un cacho a una de sus paredes, a modo de desagüe. Varios españoles lo intentaron sin apenas resultados hasta que, muchísimo más tarde, el gobierno de Colombia le dio permiso a una compañía inglesa para desecarla.
Afortunadamente nunca lo lograron del todo aunque llegaron a recoger más de 180.000 piezas de oro y cientos de esmeraldas enterradas en el fango.  Una de ellas pesa varios kilos y se exhibe en el museo británico de Londres, esa cueva de ladrones.
Todo esto lo explicó un guía de origen Muisca, o eso decía él, con pinta de consumir una amplia variedad de plantas endémicas de la región. Como la trompetera, cuyo principio activo, la escopolamina, es empleada por Bayer en decenas de medicamentos.
También puedes hacer Burundanga


Hubo un momento que me hizo sentir un poco mal. El hombre se llevaba cagando en los españoles de la época  y con razón, pero como una media hora ya. Nada que objetar. Los asistentes a la visita guiada asentían con la cabeza. "No fue una conquista, fue una invasión" "Los salvajes eran ellos" y toda esa mierda. Vaaaale, los malvados españoles fuimos lo peor, ya lo sabemos.
Pues bien, cuando nos preguntó de dónde éramos y le dijimos españoles nos dijo:

-Obviamente, ustedes no tienen la culpa de lo que pasó.

Fue, como toda salvedad, innecesaria. Ya sé que no tenemos la culpa. No somos inmortales. Venimos de Benimaclet, no de 1516.  Y puede que yo le esté buscando dieciocho pies al gato, pero a mi me parece que ese "ustedes no tienen la culpa" es como una acusación travestida, porque no hacía falta decir nada. Es algo, por cierto, que ya he sentido varias veces en Colombia.

¿Lo más divertido de la ascensión a  Guatavita? Chema, sin duda.  Recién llegado de España, con jet lag y a 3600 metros de altura, hicimos caminar al chaval con una pendiente del 45%  durante una hora. Lo cual le hizo parecer un hombre a punto de estallar en más  de una ocasión. Eso si, fueron más que loables sus intentos de mantener la compostura durante las fotos de rigor. Aunque sonríe, su mirada no engaña a nadie, entre asesina y descentrada. Estuvo mal todo el viaje de vuelta y tuvo que acostarse durante toda la tarde. Mal de altura+jet lag= dormir 14 horas.

Aquí hay uno que sólo sonríe con la boca, la mirada va por otro lado. 


El lago es hermoso, como un espejo olvidado, reverdecido en las profundidades del tiempo y la humedad silenciosa. Está en el fondo de un cráter no volcánico en cuyas paredes crece la vegetación de páramo más frondosa que se pueda imaginar. Está escondido entre montañas en un lugar remoto, como toda leyenda que se precie y se siente algo especial al estar cerca de él. Quizá sea la historia del tesoro, típica narración de aventuras, origen de mil viajes y de historias de búsqueda. (¿Acaso hay de otro tipo? ). Quizá los muertos y las pasiones que giran a su alrededor. Quizá que sea cierto que personas bañadas en oro (el sol, el hombre) se sumergían en el agua (la madre, la mujer) para así fecundarla, dejando en el agua de la noche una estela dorada, como una eyaculación divina.  Todo eso pasaba aquí, en estas aguas, en esta parte del mundo. Conocer es viajar en el tiempo. Si no hubiera leído ciertas cosas y escuchado atentamente las explicaciones del guía, ese lago habría sido un paraje hermoso y ya está. ¿Suficiente? Por supuesto, pero ahora tiene ese plus de saber que la condición humana se ha explicado aquí a través del dolor, la guerra, la avaricia, la estupidez, la ambición, el amor y el tiempo.

Este lago es el mas hermoso de cuantos he visitado. Y he vivido su cercanía  con mi amor y mis amigos. 

Quise alejarme dedicándole un pensamiento hermoso.




El Dorado existe: está en la gente que quieres. 

Al día siguiente, ya en Bogotá, una sirena antiaérea accionada por un vecino con una extraña y explosiva personalidad rompería el karma de una fiesta alrededor de un fuego.  Pero eso lo contaré otro día. Hoy ya he escrito bastante.

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lunes, 7 de septiembre de 2015

DE CAMBIOS Y GEDEONES*




El hostal era hermoso pero caro.  No podíamos seguir así, inmersos en el sueño desnudo del viajero, dónde las preocupaciones son accesorias, de carácter utilitario. ¿"Quedará agua caliente"?, "Llevo demasiado peso en la mochila", ¿"Donde habrá un sitio para tocar"? Teníamos que desprendernos de eso.
Y la verdad es que duele arrancarse antes de tiempo la piel con la que más feliz te sientes, en la que te reconoces. ¿En que momento se convierte uno en el cobarde que se sabotea a sí mismo y se impide hacer aquello que le llena de paz, de calma y de alegría? El cerebro humano es tan poliédricamente estúpido que  tiene que recurrir a frases hechas para justificar lo injustificable. Y yo soy tan buen fabricante de frases hechas como cualquiera. Ahí va la mía:  Tenemos que trabajar. Es así. Mi curro de redactor no nos da para un hostal bonito. Si para alquilar una habitación en una casa compartida. Así que tenemos que trasladarnos a otros hostal, el más barato entre los baratos, hasta que encontremos una.

Carla ya trabaja en los sitios más pobres de Bogotá, sitios para los que es necesario llevar puesta una armadura emocional de placas de acero forjado en... la verdad, sólo ella sabe dónde. Ha debido ser entrenada en los grupos de operaciones especiales del ejército de la vida.
Me sorprende con la tranquilidad que cuenta ciertas cosas, ciertos dramas. Carla es más fuerte que la mayoría de hombres que conozco. Yo incluido. Quizá todas las mujeres lo son. No sé. No creo que sea una cuestión de géneros. El caso es que Carla es Super Woman. Y punto.
Yo también tengo que trabajar: escribir mucho. Muchas horas al día. Para las agencias, ya escribo habitualmente para dos,  pero sobre todo para mi escritura en sí misma. Ya tengo tiempo otra vez para volver con el blog y con el relato "El ladrón de voces".  ¿Y por qué tengo tiempo de nuevo? Porque ya tenemos casa. Las cosas se han precipitado de una manera dramáticamente jovial.  No quiero revelar nada acerca del espacio que hemos encontrado.  Pero va a dar que hablar. De momento prefiero hablar del psiquiátrico abandonado donde nos alojamos hace unos días.

EL HOTEL ARAGÓN.

Eso reza el cartel de la entrada y quizá lo fuera en su día. Pero ahora, más que un hotel, es un set de rodaje. Con lugareños que no son actores profesionales, ni falta que hace. Forman parte del set, igual que los cuadros de Bogotá 2002 o el teléfono de rueda de timón clavado a la mesa del primer piso.  Da para muchos géneros, además. Incluso subgéneros. Veamos algunos de ellos.


GÉNERO: TERROR
Subgénero: Clásico. Casas aisladas.
Localización: Los pasillos y las escaleras.



Pienso en Otra vuelta de tuerca y pienso en Al final de la escalera.  Pero también pienso en la puta madre del decorador del hotel. Es como si a todo le hubieran dado un capa de "viejunieidad". Está medio limpio, no es eso. Son los colores desgastados, los pasamanos pulidos por el uso, los cuadros amarillentos, los materiales raídos. Todo tiene un aire decadente, como de duelo. Parece que se haya muerto alguien hace muy poco y no me extrañaría que así fuera, demonios. No se oye nada. Ni otros inquilinos, ni siquiera a los empleados. Es como un hotel fantasma. Si caminas por el pasillo a las cuatro de la madrugada te asustas por defecto, porque tiene luces de esas que se encienden al paso de uno, pero con muy pocos vatios.

                                             
Pocos vatios es que no sabes si son bombillas o velas de grasa de ballena. Esa es, en esencia, una situación inquietante. Ese tipo de iluminación, en un pasillo con una alfombra de goma negra, paredes marrones y cortinas de medio metro de grosor tras las cuales se puede esconder hasta un diplodocus psicótico, es inquietante tirando a me estoy cagando de miedo.  Llegas al baño convertido en campeon olímpico de marcha (correr no vas a correr, no sea que te topes con alguien y parezcas asustado), ridículo como sólo una persona en gallumbos y andando a la marcha puede estarlo. Y claro, llegas al baño, cierras con el único pestillo, te cercionas que realmente está cerrado con un último vistazo y, ale, ya estás tranquilamente orinando en el manicomio abandonado.

GÉNERO: TERROR.
Subgénero: Manicomios abandonados.
Localización: Baño compartido en la primera planta.



Cómo no, al final del pasillo. Compartido con Vete-Tú-A-Saber-Quien.  Yo apostaría por las niñas de El Resplandor y el grillao de Candyman.  Baño con baldosas pequeñas y octogonales, negras en las juntas. Ventana de metal oxidada que se asoma a  la tristeza propia de los tragaluces de todas las grandes ciudades lluviosas del mundo. Ducha que no es tal, sino una alcachofa en la pared de la que sale un raquítico y sólo templado chorro de agua. Sin plato, ni mampara ni tontadas decorativas de esas, pa qué. Una cortina con humedades, eso sí. Y claro, toda la fauna infecciosa y microscópica, pero que yo veo,  maldita sea, yo la veo, disfrutando de mis pinreles.

¿Ducharse con chanclas? Estaréis pensando. No es suficiente. Con zancos. Como poco.
No te puedes ni afeitar. No por nada, sino porque paso de mirarme al espejo y que esté ahí todo el elenco de seres aficionados a asomarse desde el espejo y a matarte, ya que están.

Ahí me tenéis, arriesgando a tope. 



GÉNERO: Noir.
Subgénero: Detectives bizarros y degenerados pero de buen corazón.
Localización: Pasillos y sala de estar.

No costaría nada convertir este hotel en un edificio de oficinas de los años 40. En un sótano podría vivir el detective MasMallow. Convertida su oficina en su hogar, tan arruinado en lo económico como en lo personal. tendría serios problemas para dejar el alcohol. Una secretaria amenazaría con irse porque nunca le paga pero siempre terminaría siguiéndole a todas partes, porque, en el fondo, MasMallow es un trozo de pan bendito y algún día cambiará su suerte.






GENERO: Comedia.
Subgénero: Costumbrismo colombiano.
Localización: Cocina comunitaria.


Me maldigo por no haber hecho una foto a la cocina.Emplazada en un patio interior, tirando a tragaluz cubierto, más viejo todo que las cuevas de Altamira. Pero era hermosa. La estrategia del caracol style. Ollas de latón, una altar con virgen incluida, baldosas originales de esas que trajo Hernán Cortés. Y una cocinera más seca que un día de resaca. Que sarmiento de mujer, por Dios. De esas delgadas pero con nervio y con cara de soltarte un rejostio a la mínima en plan Chuck Norris.

Otro detalle. Un día nos pasaron por debajo de la puerta dos flamantes Nuevos Testamentos.

Digo flamantes porque tienen que arder la mar de bien. Que susto. Que intrusión. Que pérdida de dinero.
¿De verdad se pensaban que íbamos a leer el nuevo testamento precisamente ahora? Puede que esté interesante, no lo niego, el viejo es un compendio de guerras, incestos, asesinatos, violaciones, masacres, genocidios y demás características del género humano realmente entretenido. Pero ahora, la verdad, tengo otras preferencias.
Más que nada porque me ha caído del cielo una biblioteca.


LA CASA DE LA MAGIA.



Es la mejor forma de describir la casa que hemos encontrado para vivir. Contiene magia. Es magia. Por su estructura: es una casa colonial de cientos de años, con varios patios interiores y un jardín posterior con un sitio para hacer hogueras. Insisto, hogueras, no barbacoas. La diferencia es abismal.
Por su situación: En la Carrera 2 (la uno es el centro del centro histórico) en el epicentro de lo más bohemio y artístico de Bogotá. A cinco minutos del Chorro Quevedo, una plaza increíble siempre llena de artistas y eventos gratuitos de música.

Un titiritero checo.
                                          
                                      Personas escribiendo debajo de una bandada de pájaros. 

Una colgada.
Zancodanza.


Nuestra calle.



En el interior de la casa, todos los rincones están plagados de obras de arte. Un maniquí sonriente cuya sombra parece un hombre a punto de ser fusilado. Botellas de vino con rosas secas con etiquetas colgando.
                                   

Uno de los patios.
                                     
En una de ellas pone: Se busca personal para llorar a los viejos en los asilos. Libros esparcidos por doquier. Y el mayor regalo: toda una biblioteca junto a mi cama.  Y vaya títulos. ¿Y la gente? Sólo he conocido un poco a Germán, poeta y encargado de llevar la casa. Pelo rizado y ropa de mercadillo hipie, habla despacio, usa mucho la coletilla ¿"Cierto"? y tiene una risa extraña, colgante, contagiosa.  Hay unos cuantos franceses, un alemán, creo, y un tipo que limpia y arregla cosas que se pasea por la casa igual que un maestro de artes marciales. Su sonrisa es calmada pero parece realmente sincera.  En total somos diez. Siempre hay gente en la casa pero da igual porque nuestra habitación está en un extremo, tras otro patio interior generalmente vacío, después de un descansillo particular. Así que nunca se oye nada en nuestra habitación, que es, por cierto, enorme.



Así que aquí estamos, viviendo el sueño del viajero y trabajando a la vez, que es, por cierto, la única manera de vivir un sueño así. A veces no se trata de que uno se sabotee la vida a si mismo de forma más o menos inconsciente. Es, simplemente,  que no había aparecido la posibilidad.

Aquí se respira una energía creativa sin igual.

Sería idiota si no la aprovechara.


Voy a robar unas cuantas voces.





*¿Que diantres es un gedeón?

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